lunes, agosto 06, 2012

en la frontera

En la aduana detienen un momento a la musa. A los guardias les parece sospechosa su ligereza porque no ven sus alas. (Los recuerdos los cargo yo, pero tampoco pesan.)

—¿Algo que declarar? —le preguntan.

Las musas no requieren decir nada. Con su sola existencia transforman cualquier músculo cardiaco en altar, museo, panteón, palacio. Y ese músculo se une latido a latido a nervios ópticos, al dedo cordial y a los demás. Y nos volvemos colectivo de anónimos, heterónimos, seudónimos, homónimos: en esa diferencia es que encontramos nuestra mitad, nuestros tres octavos, nuestra quintaesencia. La palabra y el sentido. 

Sonríe. Le sonríen. Ella desaparece unos metros adelante de mi.

—¿Algo que declarar? —me preguntan. 
—Nada, más bien mucho que escribir. 

—¿Compró muchos recuerdos?
—No, los construí. Otros van a medio soñar.

—No se parece al de su pasaporte. 
—Es que no soy el mismo. 

Bien dicen que las fronteras como los significados son arbitrarios.

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