jueves, octubre 20, 2011

El amor es kafkiano (cartas de Franz Kafka, fragmentos)

Fragmentos de carta —palabra que bien pudiera cambiarse por mail, o por muro en el caso del Facebook—, grupitos de palabras enviadas por correo —que hoy podría adjetivarse con "electrónico", como si hiciera falta—, frases de las cartas que Franz le escribió a Mílena. Las distancias de ciudad a ciudad, de pantalla, sorprenden por su parecido, asusta cómo esa distancia se transforma en cercanía con alguien, el emisor o el receptor. Kafkiano. O no. Mi semejante, mi hermano. Mi miedo. Alto: la carta o la vida.

Las cartas completas por acá, en la biblioteca gratis.

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¿De dónde habrá surgido la idea de que las personas pueden comunicarse mediante cartas? Uno puede pensar en una persona distante y puede tocar a una persona cercana; todo lo demás queda más allá de las fuerzas humanas. Escribir cartas, sin embargo, significa desnudarse ante los fantasmas, que las esperan con avidez. Los besos por escrito no llegan a su destino, se los beben por el camino los fantasmas. Con este abundante alimento se multiplican en forma desmesurada. La humanidad lo percibe y lucha por evitarlo. Y para eliminar en lo posible lo fantasmal entre las personas y lograr una comunicación natural, para recuperar la paz de las almas, ha inventado el ferrocarril, el automóvil, el aeroplano. Pero ya es tarde: son evidentemente inventos hechos en el momento del desastre. El bando opuesto es tanto más calmo y poderoso; después del correo inventó el telégrafo, el teléfono, la radio. Los fantasmas no se morirán de hambre, y nosotros, en cambio, pereceremos.

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Si mucho no me equivoco, lo más conveniente es que dejemos de escribirnos. Y no me equivoco, Mílena.
No quiero hablar de ti, no porque no sea asunto mío. Es asunto mío, pero no quiero hablar de ti.
Hablemos sólo de mí entonces: lo que tú eres para mí, Mílena, lo que eres más allá del mundo en que vivimos, no puede encontrarse en los retazos de papel que te he escrito a diario. Esas cartas, tal como son, no sirven más que para martirizar, y si no martirizan, es peor aún. No sirven más que para producir un día en Gmünd, para crear malentendidos, vergüenza, una vergüenza imborrable. Quiero verte con tanta claridad como te vi por primera vez, en la calle; pero las cartas distraen más que toda la calle L. con su bullicio.
Pero ni siquiera eso es decisivo; lo decisivo es mi impotencia para ir más allá de las cartas, una impotencia que se intensifica con las cartas, una impotencia para contigo y para conmigo —mil cartas tuyas y mil deseos míos no lograrán demostrarme lo contrario— y también es decisiva (quizá como resultado de esa impotencia, pero las razones permanecen aquí en la oscuridad) la voz irresistiblemente firme, tu voz, que me exige silencio. 

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Lo de "imperfección de a dos" fue un error de interpretación de tu parte. Yo no quise decir más que lo siguiente: yo vivo en mi suciedad, eso es cosa mía. Pero arrastrarte a ti a esa suciedad es algo muy distinto, no sólo por la ofensa que te inferiría, eso es secundario, no creo que la ofensa inferida a otro —en la medida en que sólo concierna al otro— pueda quitarme el sueño. De modo que no es eso. Lo terrible es, más bien, que ante ti cobro una conciencia mucho más clara de mi suciedad y, sobre todo, que de esa manera la salvación se me hace mucho más difícil; no, dificil no, mucho más imposible (es imposible de cualquier manera, pero en este caso se acentuaría la imposibilidad). Eso hace que la frente se me empape en un sudor de miedo. Ni hablar, Mílena, de que sea por culpa tuya.

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Pero es estúpido quejarse por el correo (¿qué tengo yo que ver con el correo?) mis lamentaciones epistolares, decía, pueden haberte llevado a la conclusión de que estoy inseguro de ti, de que temo perderte. No, no estoy inseguro. ¿Cómo podrías ser lo que eres para mí si no estuviera seguro de ti? Lo que despertó en mí ese sentimiento fue la breve proximidad física y la repentina separación (¿por qué justamente un domingo? ¿por qué a las 7 de la mañana? ¿por qué, en definitiva?). Es lógico que los sentidos se trastornen un poco. ¡Perdóname! Y recibe ahora a la manera de un "Buenas noches", en un torrente, todo lo que yo soy y todo lo que tengo, que siente la bienaventuranza de reposar en ti.

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