sábado, agosto 21, 2010

Una cualquiera...

El calzoncito de encajes cae y las luces se apagan por un momento, con unos pocos aplausos por aquí y por allá. Pocos son los que en realidad prestan atención al espectáculo que da la chica llena de tatuajes, y se va despojando de su ropa. Está demasiado lejos, y más cerca (en algunos casos muchísimo más, sobre las piernas) hay una mujer que los oye y les sonríe.

Un poco table, un poco bar, el lugar se va ocupando a partir de las ocho. San Luis Potosí de noche toma otro color, sobre todo en lugares que como éste ofrece un sabroso anonimato a repartidores, vendedores, uno que otro profesor y algún bohemio. Las damas llegan en grupitos, dos, tres, algunas solas. Las caras de colegialas delatan a algunas, y otras apenas llegando se sueltan el cabello literalmente. Dejaron a sus hijos con los abuelos, porque casi nunca están los papás, y vienen a trabajar, entre amigas y enemigas, que de todo hay entre las mesas. De entre veinte y cuarenta años, unas con la lonja asomándose entre la blusa y el pantalón, otras con minifalda, saludan al cantinero, a los meseros que alburean a los clientes. Varias pasan al baño a tarnsformarse con maquillaje en algo que en su casa ignoran.

Los fines de semana hay dos shows, con bailarinas que trabajaron casi todas en el recordado Bakará. Una de ellas, ya con varias cervezas encima (de las chiquitas, que cumplen su cometido pero se cobran al doble por ser para ellas) le da un beso a él y le pide monedas. Se levanta y va saludando a los parroquianos con una sonrisa.

En la rockola, ella busca canciones, animada con las monedas de diez pesos que él le dio. Con alegría, lo invita a bailar enmedio de las mesas. Él lo piensa, pero los parroquianos andan igual o peor que él, y les da igual. Ella le pasa los brazos al cuello y él la abraza de las nalgas. Ella repite la letra que les convida un cantante grupero.
 
Y aunque te duela
sólo eres para él

una cualquiera
que remplaza en la cama
a la mujer
que está en su corazón
tú tienes que saber
que fue sólo placer...

Se sientan y ella va al baño mientras pide al mesero otras dos iguales. La canción vuelve a oírse, tarareada por las mujeres que se esfuerzan por sonreír, y brindan con sus cervezas pequeñas, mientras cuentan sus fichas (les dan treinta pesos cada una). Otra vez, pide una, y el coro reinicia.

Un cualquiera escribe en su mesa. Mira a las muchachas y la cerveza le sabe amarga. Hasta que ella se acerca y lo besa.

-¿Qué escribes, amor?
-Nada.

1 comentario:

  1. Anónimo12:44 p.m.

    Pobrecilla cualquiera, su castigo por estar tan Buena: ser tomada por placer y no por amor. Qué oportuno que se lo advierta Fidel Rueda.
    Ojalá él escriba otra cancioncita con tanto rítmo para explicarle a la esposa, cómo es que siendo tan Amada, el wey ese se va con la Buena.

    Entonces, ¿Fichar ya no es buen negocio?

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