viernes, julio 24, 2009

los ojos de Dios


De niño los caminos de tirol del techo me hacían imaginar historias, personajes. Hoy sus vericuetos de yeso tienen nombre y forman caleidoscópicamente los contornos de una figura, de una piel (aunque la piel es un pretexto: ella es hipodérmica, se mete en cada sinapsis, cada músculo y cada nervio), en dos líneas de tirol que se rozan apenas, en más que se van entrecruzando. Recrean pechos, ojos, vagina. La recrean chiquita, grande, grandota, múltiple, dormida, bailando, en todas las posiciones habidas y por inventar, las estalactitas y sus sombras forman letras (y flores y alas). La miro, leo más en el tirol que en el libro en mis manos que ya se acostumbró a que lo dejo de leer cada cinco minutos.

No sé. Será que miramos al techo en los exámenes y en los dilemas porque todo está escrito allá arriba... Saramago algo sabe.

* * *

"Pues no, estúpido no eres, lo que pasa es que empleas demasiado tiempo en entender las cosas, sobre todo las más simples, Por ejemplo, Que no tenías ningún motivo para buscar a esa mujer, a no ser, A no ser, qué, A no ser el amor, Es necesario ser un techo para tener una idea tan absurda, Creo haberte dicho alguna vez que los techos de las casas son el ojo múltiple de Dios, No me acuerdo, Si no te lo dije con esas precisas palabras te lo digo ahora, Entonces dime cómo podría querer a una mujer a la que no conocía, a quien nunca había visto, La pregunta es pertinente, sin duda, pero sólo tú podrás darle respuesta, Esa idea no tiene pies ni cabeza, Es indiferente que tenga cabeza o que tenga pies, te hablo de otra parte del cuerpo, del corazón, ese que decís que es el motor y la sede de los afectos, Repito que no podía querer a una mujer que no conozco, a la que nunca he visto, salvo en retratos antiguos, Querías verla, querías conocerla y eso, concuerdes o no, ya es amar, Fantasías de techo, Fantasías tuyas, de hombre, no mías, Eres pretencioso, te crees que sabes todo sobre mí, Todo no, pero alguna cosa habré aprendido después de tantos años de vida en común, apuesto a que tu nunca habías pensado que tú y yo vivimos en común, la gran diferencia que existe entre nosotros es que tú sólo me prestas atención cuando necesitas consejos y levantas los ojos hacia arriba, mientras yo me paso todo el tiempo mirándote, El ojo de Dios, Toma mis metáforas en serio, si quieres, pero no las repitas como si fueran tuyas. Después de esto, el techo decidió callarse..."


José Saramago, Todos los nombres

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