viernes, agosto 29, 2008

De Roberto Juarroz

"Si uno no se detiene es imposible penetrar en el poema, detenimiento del universo. En uno de mis libros cito una anécdota que me gusta mucho: se trata de un koan, es decir una historia Zen, de Basho. Un día este monje budista, dirigiéndose a sus discípulos, de pronto les dice: "He estado hablando del Zen durante toda mi vida, y aún no sé en qué consiste". Entonces, uno de sus escuchas le pregunta: "Pero, maestro, ¿cómo puedes hablar de aquello que no entiendes?" Y Basho responde: "¿Es que también tengo que explicarte eso?"

"Además de maestro Zen, Basho era un poeta: algunos de los más hermosos haikús que se han escrito proceden de su pluma (Octavio Paz ha traducido uno de los escritos de Basho, Senderos de Oku). Vivía el Zen durante cada una de sus jornadas, la poesía era indivisible de su cotidianidad. Así, no necesitaba entender nada: vivir es mucho más que entender.

"Alguna vez publiqué un poema que causó enorme revuelo. Apareció ni más ni menos que en La Nación, uno de los diarios más leídos en la Argentina. La linea final de ese poema dice:
Ser no es comprender.

"Fue un escándalo. ¿Cómo va a entrarle eso en la cabeza a los profesores, los filósofos, los pensadores, esos hombres entre comillas? En la lectura de la poesía hay que descubrirlo todo, y para eso hay que detenerse. Ver de nuevo lo que es la lectura consuetudinaria, tradicional. Los poetas dicen las cosas más penetrantes, por eso aquí nos hemos referido tan frecuentemente a ellos. Pedro Salinas, en un muy grato libro llamado Defensa de la lectura (a veces también conocido como El defensor) llega a una idea que viene muy al caso: no funciona ninguno de los métodos modernos de lectura, "rápida", "en diagonal", "en síntesis". (Con ello el poeta español se acerca a un libro francés muy leído en su tiempo: El arte de leer.) Al individuo citadino que lee todo a la ligera, al que mezcla la lectura con las imágenes y el ruido de la televisión, al que no se detiene nunca, Pedro Salinas lo llama "leedor". Es menester, dice, convertirlo en lector. Y aún más, porque ese proceso no termina ahí: luego de ello hay que transformar al lector en actor. Esto equivale al momento en que se reproduce en el lector el proceso del creador; hace poco lo he llamado recreación: eso que sucede en quien lee debe ser como si fuera él mismo quien realiza la obra. Este matiz es esencial.

"Todos lo hemos experimentado: cuando hay algo que realmente nos fascina a fondo, olvidamos quién lo hizo y es como si uno mismo lo realizara. Una lectura que va inventando la línea siguiente, y que después de terminar el poema sigue inventando líneas".

(en Jornal de Poesía)

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