“Instituido el Estado, la residencia es señal implícita del consentimiento: habitar el territorio es someterse a la soberanía”.
Ahí viene una nota al pie:
“Esto debe entenderse siempre de un Estado libre, porque además de la familia, los bienes, la necesidad de asilo, la violencia, pueden retener a un habitante en un país a pesar suyo, y entonces su resistencia no supone su consentimiento al contrato o la violación de él”.
El Contrato Social, p. 57.
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