jueves, septiembre 22, 2011

Leyendas: literatura de tradición oral de San Luis Potosí en letras de molde*

Alexandro Roque

El primer libro de mitos y leyendas que como tal se publicó en San Luis, al parecer, fue Leyendas potosinas, de Ignacio Medellín Espinoza, editado por los talleres del periódico Acción en 1934 y patrocinado por Hipólito Cedillo, “presidente del partido de San Luis Potosí”. En esta primera edición de leyendas —hoy en cientos de versiones no siempre bien editadas y, a veces, más bien pobres en edición y lenguaje— se recuperan historias (digamos) nacionales como la de la Llorona o la Maltos, pero se añaden y empiezan a reunir como típicas de San Luis Potosí las historias de personajes como Juan del Jarro o el Caballero Degollado, y lugares como el jardín de San Francisco (hoy Vicente Guerrero) o los túneles que supuestamente conectan templos y edificios públicos, versión negada oficialmente.

Jesús C. Pérez, también (o más) conocido por su seudónimo periodístico Peritos, nació en San Luis Potosí el 22 de diciembre de 1903 y falleció en la misma ciudad el 18 de diciembre de 1970. Destacó en el género de cuento, con abundantes obras publicadas en varios libros, en compilaciones o individualmente, y en las revistas Bohemia, Letras Potosinas (publicación de la cual también fue jefe de redacción) y otras publicaciones locales. Vivió algún tiempo en Estados Unidos y allá fundó una pequeña publicación en español. Jesús C. Pérez fue uno de los pocos narradores de la Bohemia Potosina, asociación que se reunía en el Museo Othoniano e incluía a historiadores, poetas y profesionistas varios.

De sus muchas publicaciones me referiré a Cuentos del viejo San Luis, producida en 1959 en la Imprenta Universitaria, con el sello editorial de la Asociación de Escritores, Artistas y Periodistas. Este libro consta de siete cuentos: “El burro de extensión”, “Las bicicletas automáticas”, “La bruja de Capulines”, “Un chistecito”, “El enamorado”, “Tata Chico Meza” y “La calavera”, varios de ellos reeditados como cuadernitos, acaso por su éxito de venta. Todos los cuentos tienen elementos de historias de aparecidos, fantasmas, brujas y demonios y por ahora, aunque todos tienen su gracia y elementos para desmenuzar poco a poquito —por el humor y la estrategia con los que atrae al lector—, les platico un poquito de un par de ellos.

En sus cuentos, Peritos relata “tal como me los contaron, porque aquí no invento nada ni meto mano, entre otras razones porque no hace falta, ya que tengo el concepto de que la imaginación, por viva que sea, nunca supera a la realidad”.

Al final del cuento “El burro de extensión”, el autor refrenda: “Esto me lo contaba mi abuelita paterna, muy conocida en el barrio por mamá Lolita, aun por aquellos que no tenían con ella ningún parentesco, y como era una insuperable narradora, lo hacía con mucha gracia y dando toda clase de detalles, dejándonos a todos con la boca abierta…”

En su gusto por retomar de una manera literaria viejas historias de terror Peritos da ubicaciones del San Luis de finales del siglo XIX y principios del XX, con nombres de calles, comercios famosos y personajes que muchas veces retoma de familiares y conocidos. Así, a veces menciona el año, las características y hasta las familias “notables del lugar”, pero otras no menciona el año porque no le gusta contar mentiras. En “Las bicicletas automáticas” el autor advierte: “cambiaré también el nombre de los demás personajes que intervienen, porque los hechos son todavía recientes y quedan descendientes de ellos, de tal manera que más de uno pudiera no estar conforme con que su gente anduviera en cuentos”. Esta hibridación de géneros la propone nuestro autor porque “hay individuos que confunden a los cuentos con las historias y a las historias con los cuentos”, disfrazando las historias como cuentos “como los historiadores disfrazan a sus cuentos de historias”.

Los cuentos son “El chistecito” y “Tata Chico Meza”. En el primero son un par de nahuales los que se aparecen burlonamente a los protagonistas, un par de compadres que salen a acampar lejos de la ciudad. Solo son testigos del chistecito de los niños, y lo sobrenatural se aparece para demostrar el poder del campo y de la noche. En "Tata Chico Meza" asistimos a una anécdota que con diversos nombres se oye en muchas poblaciones: alguien se encuentra a las afueras del pueblo con una persona que le pide le lleve un recado a una tercera. Al llegar hay un velorio, y a quien se está velando es a la persona que había mandado el recado. Casi siempre se trata de una deuda, de un recado de esperanza, o hasta de una misa por las ánimas del purgatorio.


A veces sin redondear el aspecto literario —se transcribe sin más, con lo difusa y confusa que pueda resultar el habla—, a veces con simpleza de lenguaje para que se vendan, los libros de leyendas aquí y en otras partes no siempre son lo que uno esperaría, y es que esta búsqueda de la tradición oral desde lo literario —no desde lo mercadológico— apenas empieza.  

Y hay otro cuento de Peritos del cual sólo citaré el inicio, nomás porque menciona a la bella villa. Es “La bruja de Capulines”, en el cual uno de los dos involucrados es don Panfilo, quien “no era de San Luis, sino de Carbonera, que ahora se llama Villa Juárez, en donde abundan los Castillos, los Almazanes, los Izaguirres y los Ruices, todos ellos muy decentes y muy finas personas”.


* Versión del texto presentado en la Coordinación de Ciencias Sociales.

(y si quieren ver algo sobre otras formas literarias (musicales) de tradición oral vayan acá: "De toquines y charangas")

1 comentario:

  1. Pues no están chidos si no viene la leyenda de LA COPETES, ¿okay? XP

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