Debo decirte que parto del entorno actual, noventa por ciento irracional y diez por ciento racional, como lo pensó J. George Frazer en La rama dorada. Vivimos, en muchos sentidos, una época decadente y absurda, vienen a mi mente las palabras del poeta queretano Luis Alberto Arellano: “Mi certeza es que todo está a punto de volar por los aires y la mejor manera de esperar la Aniquilación Nuclear es juntando letras en órdenes irracionales”. El lenguaje, ese instrumento para ordenar la realidad y construir estructuras cognitivas, no escapa de esa decadencia y del absurdo. Así, mis mensajes y poemas buscan lo absurdo como antídoto homeopático para deconstruir el absurdo, lo irracional, para edificar una nueva racionalidad. Mis poemas son disparos, disparates, para denunciar lo estrafalario, lo violento, lo deforme. Muchos autores han recorrido este camino, empezando desde T. Tzara y después una larga cadena de autores que votan por el absurdo, por la ruptura del lenguaje lineal y lógico que a la postre no resulta tan claro ni tan lógico.
Así rescato del basurero del lenguaje frases, oraciones y sentencias, pero también extraigo rarezas del diccionario y desarmo el lenguaje culto para fabricar, con ello, estos juguetes verbales, alebrijes, esperpentos. Incrusto un ferrocarril en el oleaje del Cantábrico o un par de palomas blancas en el cilindro de un revólver. Así, escalpelo en mano, me pongo a desbridar palabras, a curarlas de su frecuente infección en el sentido.
(Prólogo a su poemario Desbridar palabras, Ediciones Seshat, 2022)
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