LOS TÍMIDOS
a Javier
A veces prefiero la llama de la hornilla en la
estufa a un resplandor de fuego.
Los tímidos se ocultan en la niebla
pero quieren el sol solitario de una banca tranquila.
¿Dónde, en qué lugar, está su timidez más reposada?
¿En los jardines invernales o en los parques de abril?
¿Cuál es el mes de los tímidos? ¿Cuál es su hora?
Me atraen las costumbres de los tímidos,
su pisar cuidadoso, su introducirse con el cuello crispado,
su descanso a la sombra de las miradas del
prójimo, su pulcritud, su nerviosismo.
El tiempo de los hombres no vence el rubor de los tímidos.
Tropiezan por delicadeza, porque sienten todo
vivo, por exceso de escrúpulos.
Porque están enamorados del rigor son inseguros;
son los exploradores de perfil de los centímetros.
Ante las puertas pierden su escaso aplomo,
ellos son la conciencia de los umbrales y las fronteras.
Boquean su silencio como los peces en la superficie
de un estanque el oxigeno
y su lengua es un anzuelo de incandescencia y pudor.
Permanecen en la infancia y en la adolescencia;
a su delicadeza no la mella la edad;
de ancianos pueden sonrojarse ante su propia muerte;
lo mismo que lo hacen, a pesar de sus canas,
ante la presencia de un extraño o de una mirada femenina.
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