viernes, abril 10, 2020

Getsemaní

La Pasión de Cristo, la parte final de los Evangelios, ha sido motivo de innumerables interpretaciones. Aunque no soy (muy) creyente, cada año releo algo y siempre hay una escena que me motiva pensar, me mueve si no a creer, a crear. Necesitamos 'buenas nuevas' casi siempre.

Suelo aconsejar la lectura de la Biblia en los talleres «aunque no crean en ella», en sus historias, pues tiene ejemplos de todos los géneros literarios, de lo lírico a lo trágico, de lo cómico a lo simbólico, y en los Evangelios su protagonista ('jugador, el que sufre la agonía') es suma de muchos de sus antecesores épicos, de Gilgamesh a Sansón o Moisés.

La vida imita al arte y viceversa. Como el tiempo, la vida es una ilusión y la literatura suele ser la que arma las piezas en estas narrativas cada vez más complicadas de la vida.

Este año es la oración en el huerto la escena que me mueve. Tras la última cena, Jesús siente la necesidad de orar, y va a lo profundo del jardín mientras pide a la mayoría de sus discípulos que lo esperen orando, pero ellos se quedan dormidos, quizá bajo el influjo del antagonista.

Allí, solo, es la primera vez que se le ve —y hablo de él como protagonista— triste, sobrepasado por lo que va a suceder. Es el momento de crisis antes del nudo o clímax, la escena en la que una música —usualmente de violín— hace esperar lo peor. Fue una gran semana. Jesús ha llegado a la ciudad triunfante, discutió con sacerdotes y corrió a los comerciantes del templo, pero sabe que la hora más difícil ha llegado.

Le dice «papá» a Dios, y le ruega: «si es posible, aparta de mí este cáliz». Suda sangre. Suspira.

Al final, se resigna y baja a encontrarse con los suyos, los despierta antes de que entre el destino a escena en forma de beso.

Este año no hubo palmas, ni hosannas. Las piedras hablaron.

Sí, aparta de mí este cáliz...

La agonía en Getsemaní, de ElGreco (c. 1590)

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