Un cuerpo poroso donde vendrá a respirar la rosa de los vientos. No el desecho orgánico que se pudre sobre un camastro, sino el testigo vivo y nervioso de los meteoros. Así, de la caverna roja y tumefacta de mis muñones salen frágiles y tímidos órganos para realizar incursiones exploratorias que todavía no sobrepasan los límites de mis vendajes. Y es que desde hace dos horas, mi pierna izquierda -la amputada, la invisible-, saliéndose del vendaje, de las sábanas de la cama, colgaba sobre el suelo de la habitación. Mi pierna invadía el cuarto, mi brazo izquierdo se había replegado por completo en su vendaje, y mi mano, si bien no había desaparecido, era bajo la gasa sólo un capullo de narciso de las nieves. Pero mi mano izquierda estaba allí, ella también, espontáneamente se había adelantado al extremo de un brazo de diez a once metros de largo para acudir a una cita con mi mirada sobre un pequeño champignon blancuzco.
(Tomado de El Poder de la Palabra)
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