Tus miradas, innumerables galerías,
gama de enojos merecidos,
las guardo en mi áspera almohada.
Sin darte cuenta urbanizaste
mi naturaleza salvaje.
Consiénteme concientemente,
ármame a bocajarro, deprisa y tierna,
zigzagueante,
dílo desquiciada como canto de cantina.
Me mojo los labios antes de decir tu nombre.
Lo digo: me vuelvo a humedecer.
Tu nombre, sustantivo,
ya enunciado es oración.
El que se moja pierde.
Ganaste.
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