"En este fin de siècle nuestros autorretratos no parecen anclar ni extender. ¿Por qué? Quizá porque la furia de la aceleración y la fatiga de la desaceleración que suele sentirse en cada fin de siglo, y aun más profundamente en estos años noventa, nos hacen desesperar por nuevos cuerpos. Quizá porque nuestros parecidos son tan fragmentarios como nuestras vidas. Quizá porque nuestras falsas intimidades nos sumergen en un narcisismo siempre enamorado pero siempre descontento con el parecido. Quizá porque hacemos carambola en el interior de una cultura ficticia, cuya obsesión con representar un papel conduce a un retrato tan inestable como convencional. Quizá porque, en medio de un despliegue de espectáculos electrónicos, todo lo que hacemos de nosotros msmos resulta sospechoso. Quizá porque lo más que podemos hacer en un mundo de simulacros es adoptar un rostro inconfesablemente genérico".
(La cultura de la copia. Parecidos sorprendentes, facsímiles inéditos)
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