sábado, enero 15, 2011

Intelectuales y política, según Eco

"Sólo hay dos maneras en las que la política puede apoyarse en la contribución de los intelectuales. Si son auténticos intelectuales (es decir, creativos), deben parir y expresar ideas interesantes y, por lo tanto, el político puede limitarse a leerlas. Pero puede suceder también que el político advierta que, sobre algunos asuntos, ni él ni los demás tienen las ideas claras (o no saben lo suficiente) y, entonces, el buen político solicitará profundización y nuevas ideas sobre el tema a los intelectuales. Esto es todo. Lo demás, que el intelectual sea miembro de un partido o trabaje como periodista, no tiene nada que ver con su papel específico. Porque, en el fondo, el intelectual es un ciudadano como los demás que desea poner su competencia profesional al servicio de su grupo. Si fuese albañil, trabajaría gratis en sus horas libres para reparar las grietas de la sede del partido.

"En un suelto publicado en el Corriere della Sera, Luciano Canfora me reprochó amablemente no haber citado a Sócrates. Tiene razón. Hay una cuarta función del intelectual de la que he hablado a menudo (aquel día no tenía tiempo suficiente). Sócrates desempeña su papel criticando a la ciudad en la que vive y, después, acepta ser condenado a muerte para enseñar a la gente a respetar las leyes. El intelectual en el que pienso tiene también ese deber: no debe hablar contra los enemigos de su grupo, sino contra su grupo. Debe ser la conciencia crítica de su grupo. Romper las convenciones. De hecho, en los casos más radicales, cuando un grupo llega al poder por medio de una revolución, el intelectual incómodo es el primero en ser guillotinado o fusilado.

"No creo que todos los intelectuales deseen llegar hasta este punto, pero deben aceptar la idea de que el grupo, al que en cierto sentido han decidido pertenecer, no les ame demasiado. Si les ama demasiado y les da palmaditas en la espalda, entonces es que son peores que los intelectuales orgánicos: son intelectuales del régimen."

(negritas, obviamente, mías)

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