miércoles, noviembre 10, 2010

Los gazapos de la Academia


Tomado tal cual de la sección Real Academia de La Fiera Literaria.


¿Alguien ha leído la Ortografía de la lengua española que perpetró la Real Academia en 1999? Lo ha hecho, y muy bien, el escritor y académico ecuatoriano Gustavo Alfredo Jácome, que ha hecho una lectura de la secreción académica línea por línea, con el mismo método de crítica acompasada que practican en el Centro de Documentación de la Novela Española y que tan buenos resultados ha dado con los Javier Marías, Antonio Gala, Almudena Grandes, Maruja Torres y otros persistentes virus de las letras españolas. Sólo la denuncia de los atentados gramaticales contenidos en las seis páginas escasas que alcanza el prólogo de la Ortografía ocupa en el libro del autor ecuatoriano veintiocho. Resumo aquí algunas de las observaciones y supongo que no he de advertir que esto no es más que una muestra, apenas el esqueleto de un libro realmente jugoso. 

Escribe el anónimo prologuista: “PREDOMINÓ la idea y la voluntad de mantener la unidad idiomática”. Debió escribir PREDOMINARON, de acuerdo con la regla sobre la concordancia del sujeto que establece la Gramática académica en su párrafo 210 b.

Se lee en el prólogo: “…con las corporaciones hermanas de América y de Filipinas. La Geografía, la Gramática y el sentido común aconsejaban escribir: Y LA DE FILIPINAS.

Otra perla del prólogo: “La Real Orden era la de 25 de abril de ese mismo año, firmada por la reina doña Isabel II, a petición del Consejo de Instrucción Pública, QUE oficializaba la ortografía académica…” ¿A quién se refiere el QUE? ¿A la Real Orden? ¿A la reina? ¿Al Consejo de Instrucción Pública?

Sigamos: la Ortographía académica de 1741 “ya en su segunda edición, de once años más tarde, se escribió Ortografía, PROCLAMANDO desde la misma portada su opción por el criterio fonético SOBRE el etimológico”. Ese gerundio es incorrecto, según don Andrés Bello y también según el Esbozo académico de 1973. (Pero la afición a los gerundios se notaba ya en el párrafo primero de la Ortografía, donde se amontonan seis en ocho líneas). Lo propio hubiera sido escribir Y SE PROCLAMÓ. ¿No leen los académicos sus propias normas? En cuando a SOBRE, la Gramática académica vigente (capítulo XVIII indica que preferir se construye con a. Lo correcto habría sido, por tanto: “con preferencia AL etimológico”.

Un poco más adelante, la Academia se declara PROCLIVE a aceptar ciertos usos (cuando debió escribir PROPENSA, porque “proclive” es quien se muestra inclinado a lo malo) y habla de ADICTOS  a las reformas ortográficas (en vez de “seguidores”, “partidarios”, “defensores”) o de ARBITRISTAS de la ortografía (haciendo caso omiso de la definición de “arbitrista” que ofrece su propio Diccionario). La propiedad léxica no es un punto fuerte de este prólogo. Ni la sintaxis, ni nada.

En otro lugar se lee: “El gran lingüista suramericano Ángel Rosenblat ESCRIBIRÍA  QUE   (…)  Y AÑADIRÍA…”.      Este  uso  contraría   las  normas académicas. Debió decir “escribió” y “añadió”. ¿Quién ha escrito ese prólogo? ¿Un académico? ¿Un becario? ¿Un infiltrado subversivo?

Acabado el prólogo, las cosas no mejoran. Se dice que algunos fonemas antiguos “han desaparecido EN EL español actual, cuando el verbo “desaparecer” exigía DEL. La Academia escribe: “Un segundo grupo de palabras que hoy se escriben con h ES EL DE AQUELLAS QUE proceden de voces latinas”. Y el crítico enmienda con buen juicio la pésima redacción: “Un segundo grupo de palabras que hoy se escriben con h proceden de voces latinas”.

Otra frase académica con volutas: “Las mayúsculas llevan tilde SI LES CORRESPONDE según las reglas dadas”. Corrección justísima de Gustavo Alfredo Jácome: “Las mayúsculas llevan tilde según las reglas dadas”.

Otro ejemplo: La Ortografía dice ampulosamente: Por ELLO, el adverbio conserva la tilde EN EL LUGAR EN EL QUE LA LLEVABA el adjetivo”. Corrección a la llana: “Por esto, el adverbio conserva la tilde en la misma sílaba que el adjetivo”.

La denuncia de usos incorrectos, de puntuaciones caóticas y de contradicciones continuas entre las normas y el uso académico que llenan la Ortografía de la Academia justifica las 169 páginas de este libro de mi querido colega ecuatoriano que, si existiera la justicia, habría que considerar un bien cultural. 

León Africáno
Académico. Bogotá 

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