jueves, octubre 21, 2010

ABE (3): sobre Juan Rulfo

Su visita a París, a finales de la primavera, dio lugar a una serie de reuniones en las que siempre aparecía, para desesperación de Juan, una funcionaria mexicana que parecía tener un queso de camembert en la cabeza, por toda materia gris. Se pegaba a Rulfo constantemente y no dejaba de hacerle cualquier tipo de preguntas, menos las adecuadas o inteligentes.

[…]

—Mire, Alfredo —me dijo—, ésta es mi última noche en París y me gustaría mucho pasarla en su casa.

—No sabe cuánto se lo agradezco, Juan.

—No, no me lo agradezca tanto, porque la verdad es que somos veinte.

[...]

—Lo más que puedo hacer, Juan —aguegué—, es bajar corriendo a comprar vino y algunos canapés. Bueno, y también vasos de plástico, porque...

—No se preocupe, Alfredo, ya la gente irá trayendo algunas cosas.  Lo que sí le ruego, más bien, es que se pase usted la noche pendiente del teléfono, porque hay como cincuenta personas más que quieren venir y que yo no deseo ver. Bastará con que responda usted a esas llamadas y diga que Juan Rulfo no está en su casa.

[…]

Me hallaba respondiendo a una de las mil llamadas, y Juan, con su eterna botella de Coca-cola familiar a un lado del asiento, no cesaba de mirarme burlonamente por el rabillo del ojo. Estaba encantado con todo, menos con la funcionaria, por supuesto, y desde el comienzo se había dado cuenta del espantoso asedio a que me estaba sometiendo, tan sólo porque él había querido pasar su última noche en mi departamento. Hasta que decidió intervenir.

—Mire, señorita —le dijo, como quien revela un gran secreto—, ese señor que está respondiendo el teléfono no es Bryce Echenique. El verdadero Bryce Echenique es un multimillonario peruano que vive encerrado en un convento, en la ciudad de Arequipa. Ahí escribe sus obras y a ese tonto que usted ve ahí le paga dos mil francos mensuales para que lo suplante en el mundo y él poder escribir en paz. Ese del teléfono es un pobre diablo, señorita —concluyó Juan, con su eterna voz baja, pero me di cuenta de todo, y la verdad es que el resto de la reunión transcurrió sin que la espesa funcionaria me volviera a dirigir una mirada, siquiera. De esas cosas era Juan Rulfo.

***
Alfredo Bryce Echenique: Permiso para vivir (Antimemorias)

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