Por compartir, ya no está. No tenía un nombre, era El Cotorro. Dejó que entraran unas palomas mugrosas a su jaula, dejó que tomaran su comida sin resistencia, y hoy su voz ya no se oye. 35 años, toda la vida escuchando mis pendejadas, un eco íntimo, el silbido amistoso cuando le contaba mis problemas.
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