domingo, junio 21, 2009

Por mi padre, bohemios...

Después de tanto trabajar toda la semana ha llegado el dominguito de chelas, machitos (a propuesta de Eric), alguna carnita y abrazos al autor de mis días.

Se oye raro: el autor de nuestros días.

El 10 de mayo es día de fiesta, hasta conceden el asueto en centros laborales y en las escuelas —a veces hasta con flores y desayuno, o algún ridículo del engendrito en traje de caracter— pero el día del padre es siempre en domingo, y total, ya muchos domingos son de chelas y futbol, y de tirar la fiaca. Pa no errarle, una botellita es el regalo perfecto. Un tinto Roqueta, o un tequilita, digo.

Ay, Ulises y Agamenón. La verdad eso del padre ausente del que hablan los enterados es común, casi una regla, sí, pero hay muchos demasiado presentes, aunque sea una presencia como la de los progenitores de Gregory (House) o Jack (de Lost), por citar dos ejemplos televisivos. No recuerdo por el momento ningún poema a un padre vivo, pero son famosos los de los difuntos progenitores de Jorge Manrique y de Jaime Sabines. Padres literarios ahí están Alejandro Dumas, Kingsley Amis, Philip Roth, Efraín Huerta... en el cine el más famoso parece ser Anakin Skywalker, o en televisión Homero Simpson, aunque la reproducción física no parece ir muy de la mano con la literaria.

Padres putativos tenemos todos aunque también a veces nos empeñemos en negarlos. Somos engendrados y engendramos a veces sin querer, así sea un minuto o unas horas, en clases o en lecturas, con consejos no pedidos y hasta en la barra del bar.

Escritos hay, digo, padres escritos, muchos, aunque sean como (falsos) recuerdos. El personaje que tengo más reciente (más presente) es el padre de Nathan Zuckerman, a quien dirige su última palabra: "¡Bastardo!"

¿Canciones? La canción más conocida es la de Piero, esa de que el querido viejo creció con el siglo, con tranvía y vino tinto, pero es lógico que la mayoría de quienes crecieron así ya pasaron a mejor vida. ¿Serenata? ¿Flores? No sea joto, mijo. Del lado contrario, tampoco es común irse con el jefe a algún centro cultural nocturno. Ándele, apá, le invito un privado.

Como no queriendo, sin darnos cuenta, muchos nos vamos pareciendo al que decíamos no querer parecernos, al que veíamos como extraño y competencia edípica antes de quedarnos ciegos ante el espejo. Ya no es tiempo de pensarse adoptado, rescatado por ese ser que gruñe igual que su papá y que uno. Lo que se hereda no se hurta, ni modo. Sembrar un libro, escribir un hijo, tener un árbol. Una trascendencia no siempre lograda, pero cuando se logra es algo digno de cantarse: Zeus lo sabía, Telémaco lo esperaba.

Qué padre. Gocémonos mientras podamos.

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