A lo lejos, para no dejarse oír, la criatura asoma su mirada que jamás cierra al sueño. Los ve pelear de nuevo, al pirata sin mano y al puberto de mallas verdes. Una escena casi costumbrista.
El cocodrilo no desea comerse a Peter Pan.
Es un platillo que le causa agruras, acaso porque además del tic-tac de Garfio, su palpitar, lleva en el vientre el retrato que envejece mientras el efebo vuela y se liga a las sirenas.
Su gusto es el resto del tiempo que ingirió hace tiempo, el faltante de una mano correosa, con sabor a mar. Aunque Campanita sería un buen ambigú.
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