jueves, abril 24, 2008

De René Avilés Fabila

Pesadilla de una noche de otoño o para
documentar la biografía de Carlos Monsiváis

Hace exactamente cuarenta años, en 1967, escribí y publiqué mi primera novela, Los juegos. Qué escándalo. La historia ha sido repetida una y otra vez y yo he procurado esparcirla con audacia y cierto cinismo. En ella, una obra contracultural, critiqué a un grupo destacado de intelectuales, quienes se llamaban a sí mismos La Mafia y aunque eran una suerte de broma pesada para México, tenían un poder que ofendía el desarrollo armónico de la cultura nacional. Es curioso, y quizá Vicente Leñero me lo advirtió, las cosas no han cambiado un ápice. A lo sumo uno o dos de los mafiosos de aquella época (razones naturales) se han muerto de vejez o de inanición literaria. Es decir, nada ha cambiado desde entonces a pesar de que el PRI perdió el control del país, los medios de comunicación lograron hacerse más o menos independientes y los periodistas formados en aquella época oscurantista y represiva pasaron de sumisos a “independientes y rebeldes”, algunos hasta progresistas son hoy. A los intelectuales les sucedió algo semejante y se convirtieron en héroes de una izquierda ilusoria aplaudida por una sociedad en pañales. En esa “mafia” destacaba un hombre un poco mayor que yo, que ya era famoso por haber sido un niño, particularmente arrogante, catedrático y dueño de una memoria sin duda prodigiosa. Era Carlos Monsiváis, heredero de las glorias de todo grupo o persona que aspiraba a ser dueño de México o al menos a tener la razón por encima de todo. Con mi generación, que a pesar de la escasa diferencia de los años, tres o cuatro, no se entendió. Nos miraba con desdén y nosotros nos negamos a recibir sus consejos y directrices. José Agustín le hizo las primeras bromas hirientes no exentas de ingenuidad: “Monsiváis a donde vais ni lo sabéis ni lo buscáis.” Antes esta ironía de carácter infantil, Carlos respondió con fuego de alto calibre: nos desdeñó y, con la ventaja de no tener mayor respuesta (fuimos una generación desunida, a diferencia, por ejemplo, del Crack), precisó que habíamos plebeyizado la literatura. Quizá tenía razón si el punto paradigmático era su propia generación: García Ponce, Gurrola, Pacheco, Arredondo, Melo, Elizondo…, Pero nosotros éramos —guste o no— un grupo que veía las cosas de manera diferente a aquellos pretenciosos que todavía suponían que Europa era única e irrepetible. Parménides García Saldaña fue el punto extremo. Es verdad, éramos distintos de la generación anterior, pero hay algo peor: fuimos incapaces de ser tan amigos y solidarios como eran y son, por ejemplo Monsiváis y Pacheco.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario