sábado, diciembre 01, 2007

señora santa Ana

Es la cuarta vez que la pobre señora acude a la delegación de la Secretaría de Relaciones Exteriores y ya está desesperada. El esposo la abandonó hace dos años y la dejó con el niño de tres años. Llegó temprano para no hacer fila, pero ya había cinco personas antes que ella. La recepcionista de documentos la mira con desgano, mascando su chicle.

—Buenos días, seño, ¿ya arregló su problema?

—Pues eso espero, señorita. Buenos días. Mire, aquí está el acta de bautizo de mi hijo. Aquí está mi nombre, ¿ve? Soy la mamá, en serio. ¿Por qué no me pueden creer si ya traje el acta de nacimiento, mi acta de matrimonio, mi credencial de elector y las fotos?

—Pos nomás por dos razones: una, que el niño no se parece a usted, y la segunda, que usted ya está muy grande. Si fuera su hijo lo habría tenido a los cincuenta años, y la verdad eso está muy sospechoso.

—Pero se puede dar. Se dio. Qué quiere que le diga, pues... di el santanazo, ¿a poco no ha sabido de otros casos? Y de que no se parezca a mí... se parece a mi esposo, el sí es medio prietito, ya le enseñé una foto de él la vez pasada.

—Podría ser su abuelito. Y eso de prietito es muy buena onda de parte de usted. Lo ha de querer todavía, ¿verdad? En todo caso el señor no está para atestiguarlo.

—Mire, si quiero el pasaporte es para ir a alcanzar a mi esposo, a ver si nos reconciliamos de una vez por todas o cuando menos se hace cargo del chamaco. A mi edad ya no se puede encontrar trabajo tan fácilmente, señorita. Yo le suplico que por favor me den facilidades.

—Lo que se me ocurre es que traiga el comprobante que le dieron en el hospital cuando nació su niño.

Suspiro (de la señora).

—Lo tuve en mi casa, señorita, ni para pagar el hospital tenía. No crea que ya tengo dinero, si lo tuviera no tendría que tratar de irme al otro lado para ganar más. Viera cuanto batallé para conseguir lo del pasaporte.

—En todo caso de que le diéramos el pasaporte dudo mucho que le den la visa. De por si no se lo quieren dar a mujeres casadas que no van con el marido, imagínese a usted, con un niño que ni se le parece.

Suspiro (de la recepcionista).

—No... se me hace que me regreso a la casa. A ver si un día de estos llega algo de dinero del infeliz aquel. Total, apenas han pasado tres años desde que se largó. Gracias de todos modos, señorita.

—No hay de qué, estamos para servirle, ya sabe que en lo que se pueda nos tiene a sus órdenes. El que sigue, por favor.

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