lunes, febrero 12, 2007

Remembranzas a veinte años de su muerte

Alexandro Roque

Esta tarde quiero meterle el abrelatas a mis palabras,
abrir de cuajo esta vida que cargo hace tantos años,
y todo para descubrir detrás de mis frases esa otra
manera de seguir viviendo, de sobrevivir, de morir.
Guillermo Samperio.


Papeles y más papeles en el escritorio, en el piso y en el bote de la basura. Nadie tiene sueño. La radio toca una oxidada rola de R.E.M. alrededor de la máscara que te heredó una pintora al morir. Perdiendo tu religión. Era tu preferida, aunque no la perdiste.
Hay miles de recuerdos que se unen en la miseria de ese cuarto que le prestaron unos amigos fotógrafos y en el que Lucio no se acostumbra a ser, aunque no le sea, uno de los pocos poetas que quedaron vivos en todo el estado. Mirada perdida. Casi casi de retrasado mental.
—Ya vente a comer tus chilaquiles y deja de pensar pendejadas.

Todo empezó hace veinte años, según su memoria y según dieron a conocer los cinco diarios (hoy sólo quedan dos) que en ese tiempo circulaban en la otrora Ciudad de los Jardines. El sacrosanto panteón del Saucito no imaginaba que de golpe y porrazo iba a recibir tanta ilustre y carcomida osamenta. La Avenida de los Potosinos Ilustres, en el Parque Tangamanga I, se llenó en apenas dos meses con las figuras de bronce de los que alguna vez decidieron hablarle a las musas y al poder.
Lucio observa a diario el diario que amarillento reposa en la vitrina, con un recuerdo del blues y de las palabras mulífluas que se apoderaron de la ciudad poco después de la llegada del yerno del doctor Nava a la gubernatura. Muros, frondas, cine, violencia, cascadas, carcajadas. Suspira frente a su azulada sombra. Cada día es menos frecuente el sol, a pesar de que se adoptó el camachesco programa de Hoy no cirucla y se llamó en todos los discursos a la defensa del medio ambiente.
El sol ya no nace para todos, como dijo alguien. Algunos lo atribuyen, como atribuyen la muerte de los escritores, a la reapertura, hace veintiún años, del tiradero de desechos industriales de La Pedrera, en Guadalcazar.
Joaquin, Felix, David, Eudoro, Rafael, Norberto, Enrique, Ignacio, Cesar, Martín, Jeanne, Armando, Jacobo, Ana, Octavio, Julio, Laura, Héctor, Ramón, Juana...

Por eso Lucio se quedó a medio camino, y se refugió en un diario, el menos veraz y el más pequeño de todos. Gracias a eso, piensa, logró sobrevivir.

A veces se pregunta si es verdad que existieron los que llevaban esos nombres o sólo son sueños como lo que tiene con Mariana transformándose en boa. O como la noticia de que vieron a los marcianos y a sus naves en la Sierra de San Miguelito, que tantos y tantos días trajo ocupados a lo lectores del diario.
Prefiero no meterme en líos. Acúsome de cobardía, dijiste hace varios años. La duda se acrecienta porque, para evitar un supuesto contagio, los libros de todos ellos desaparecieron. ¿Desaparecieron?

—¡Que te vengas a comer tus chilaquiles, carajo!

2.- Lucio el Miope sus ojitos cerró, nomás para dormir. Chava Flores igual, pero con varias carretadas de tierra encima. Y los escritores se fueron petateando (segunda persona del plural en la conjugación que de morir hacía Peñalosa, qepd) porque nadie sabe para quién trabaja, porque la caja de los escritores-objeto (los libros-objeto ya eran muy comunes) nadie la cargó.
“San Luis Potosí, 10 de noviembre (Notimex). La capital potosina se estremeció cuando veinte escritores de la localidad, que regresaban de una lectura colectiva de su obra en Egipto, murieron sin razón aparente a pocas horas de su llegada”.

Eran finales de 1995. Rafael Sebastián Guillén Vicente aún no se convertía en el dictador de nuestro México lindo y querido (cabrones) y Salinas todavía andaba prófugo, crioque en Canadá, aunque al fin (la justicia azteca siempre llega, tarde, pero llega) se le ajusticio mediante el uso del Aburto acostumbrado.
Los acontecimientos no importaron mucho aquí, porque no hubo quién escribiera de ellos, ni siquiera para radio y televisión, por temor a la aparente maldición que se llevó a los amigos y colegas de Lucio.
De todo. Resbalón-en-la-regadera. Infarto-al-miocardio. Congestión-etílica-agravada-en-un-viajesote. Decepción-amorosa-por-un-condón-roto. Plomo-en-la-bóveda-palatina. Libro-fallido-censurado-por-faltas-a-la-moral. Apenas con unas horas de diferencia todos entregaron el equipo. Todos. A Lucio no le importaba un comino, sentado como estaba viendo la televisión, porque en aquella ocasión descansaba del trabajo acompañado de unas rubias de categoría y de una morena superior a cualquier mujer que hubiera conocido.
Estaba muy ebrio.
El chiste (negro) es que tantísimos escritores, poetas, reseñistas y redactores de discursos murieron con un olor a momia que no lo aguantaba nadie, a resultas de lo cual, necesariamente, fueron velados en cuerpo ausente en cualquiera de las pomadosas agencias funerarias. El gobierno corrió con los gastos de emergencia que la ocasión ameritaba.
—Te suicidaste cuando más te necesitaba. Me dejaste la cabeza vacía, sin una palabra que llenara el corazón, sin un corazón que mandara corrientes rojas al pene para inflamarlo, sin inflamación que me desinflamara de lo que dejaste aquí. Pero que bueno no te decidiste a ser escritora, porque olerías a momia y yo no podría permitir sin vómito que mi nariz recorriera tu sexo frío.
Las calles de cantera permanecen rosadas, pero el frío se ha apoderado de manera permanente de los corazones. Han pasado una veintena de años, cuatro lustros, dos decenios pero, ojalá no suene poético, parece que fue ayer cuando sucedió. Nadie se lo supo explicar. Nadie. Ni los políticos que diario se reunen en los cafés (propiedad todos del exjefe del futbol local), ni los neohipies que hicieron de la Plaza de Aranzazú (y luego de la del Carmen) su lugar favorito de desfogue, ni los analistas que trajo el gobierno desde Estados Unidos.

—¡Pues a ver cómo le hace pero yo necesito ese reportaje para pasadomañana!
—Pero... señor, todo el que se ha puesto a escribir sobre el tema también se ha muerto, nadie sabe por qué —contestó Lucio.
En una cantina, aquella donde el buen Nachito (requiescat in pace) se inspiró en medio de los tequilas para planear el robo de la Patroncita Morena Morenaza, Lucio pensaba la forma de conservar su empleo y no morir como tantos excolegas. Mierda. No se le ocurría nada. No se me ocurría nada para seguir respirando aunque tenga que pensar puras pendejadas. La poesía, al fin y al cabo, casi nunca da para bien comer.
Todos comentaban-desgarraban de cuando en cuando el acontecimiento, pero a nadie se la había ocurrido que podía escribir sobre ello. Hace ya muchos meses que una afamada periodista investigó por su cuenta, pero el día que recibió su Premio Estatal de Periodismo cayó como fulminada por un rayo.
—Sí, yo me acuerdo que bromeabamos que todos habían contraído el sida, pero despuecito nos dimos cuenta que ni madres, que no era eso ni algo parecido, porque nomás se les iban trabando la lengua y las manos. Como que el chiste era que ya no escribieran nada, ni dieran esas presentaciones de poesía tan aburridas —cuenta doña Paola cada que alguien se acerca al portal de su casa mil veces jodida por los constantes terremotos que asolaron a San Luis a partir de 1995.
Pero ya han pasado veinte años, y chance ya caducó la maldición.

3.
Vino la muerte, sin canto y sin advertencia, sin esos mil colores que decían tienen, y nos dejó en ascuas... ¿Escribir es un oficio maldito? ¿Qué sentido tiene desgarrarse para que otros gocen? Santos Bukowsky y Rimbaud, rueguen por los que ya se fueron, porque nadie los conoce ya.
Virus-de-deficiencia-poética. Hueva absoluta para arreglar las palabras o para que alguien las leyera. Casualidad o designio divinísimo de la Santísima Trinidad. Maldición. Fueron miles las causas posibles que se apuntaron en su momento, según Jaime Maussant. Sólo nos faltó hacer quinielas. Hasta Raulito Velazco se ocupó de la tragedia durante cinco minutos. Mas “el show debe continuar”.
A partir del fallecimiento de los veinte, cincuenta o cien escritores potosinos, se desató la era nueva. Los libros de español fueron prohibidos en las primarias y secundarias, las horas fueron contadas acuciosamente, el género epistolar volvió a su acostumbrado desuso. Tuve, tuviste, tuvo, tuvimos que conformarnos con las telenovelas y los debates televisivos sobre política exterior.

Al principio fueron los integrantes de El Grupo, los que eran más famosos en ese momento. Los llamaban con sorna “un grupito muy pequeñito de Donoso (pareja)”, en una burla a las palabras del presidente de ese entonces, no recuerdo bien quién era.
Después fueron algunos segundones, conocidos nomás en el ambiente. Al último cayeron los colaboradores periodísticos, algunos de literatura tan dudosa que fue entonces que se descartó la venganza. Así nadie resultaba el beneficiario de nada.
Los artículos y ensayos que los últimos escribieron a los primeros resultaron las esquelas perfectas, publicadas generalmente en forma póstuma cuando el redactor se iba a acompañar al homenajeado. Algunos aún se animaban a escribir. Nadie se imaginaba que serían los últimos. Los demás ya no se atrevieron a hacerlo.
Desolación, vómito, sed, miedo, impotencia.

4.
Yo también quise escribir, por tí, pero ya no tiene sentido porque no alcanzarías a leerme. El teléfono no funciona y la ducha no despeja mis absurdas metáforas. Porque no dejamos de soñar, sino que dejamos de transmitir nuestros onanismo oníricos.
No hay nada (bueno) que leer, porque hasta la revista Proceso dejó de enviarse a esta ciudad. Que porque luego a algunos les daban ganas de escribir, de investigar. Nadie quiso arriesgarse.
—Sigues siendo escritor, mijo, pero cuidate, porque la Llorona anda cerca. Mejor vente a ver en la tele la función del recuerdo: The silence of the lambs. Parece que hace mucho fue de ficción, pero no sé qué era la ficción. Te preparé unos taquitos de albañil, pero tuve que freirlos bien. Ya ves cómo son de sucios los medias cucharas en las obras.
Nada es igual. Yo era joven en 1995. Blade Runner o Total Recall me parecían una reveranda jalada. Me imaginaba que 1994 o Metrópolis eran cosa de niños. Pero ahora, ya viejo, sin hijos sin nada, encuentro que no puedo escribir. Ni la Plaza de Armas, que siempre recuerdo tomada (espíritu guachichil, según cierto arzobispado) es transitada. Casi se puede decir que la ciudad y los municipios descansan en paz junto a sus pitonisos.
Los periódicos viejos sigue allí. “Especial, San Luis Potosí, 18 de noviembre (AP).- Al parecer las muertes de escritores oficiales y opositores fue ocasionada por la nostalgia de público, más deseoso de quedarse en su casa a ver el desenlace de María la del barrio que de oir sus nuevos ecos de la otredad”.

Las ideas se le clavaban en la mente. Sobre todo a partir de la muerte de Mariana. De niño oía hablar del Apocalipsis, pero Lucio imaginaba que todos iban a dejar de sufrir.
Todos dejaron de sufrir menos él.

5.
El-niño-que-no-sabe-reír pasea por la calle de Reforma hurgando en los botes de basura para encontrar alguna comida. Encontró un bulto de papeles pero no entendió casi nada de lo que decían. Hablaban de objetos llamados libros y de palabras que servían para algo más que para pedir de comer.

"A quien corresponda:
"Prefiero morir voluntariamente a que alguien o algo me mate por lo que escribo, pero ojalá que algún alma (de esas que no se han recogido en el humus) caritativa (capaz de entender a un expoeta) sepa que ame a esta ciudad a pesar de muchos de sus habitantes y a pesar de que Mariana no era de aquí.
Mariana. Mariana iluminada. Llenaste el quinqué hasta el borde pero fui de las esposas irresponsables que se durmieron con la vela encendida.
"Pero no fue por tí que morí.
"Mis alas quedaron tiradas como las golondrinas masacradas por tus vecinitos.
"San Herodes me proteja. Ojo por ojo, diente por diente.
"Una pedrada más no importa.

6.
El niño apenas si posó su mirada en el legajo y se marchó, para poder jugar a los noticieros.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario