domingo, junio 07, 2015

Jornada electoral

La selva sigue llena de basura, despojos de una cacería, que no se interrumpió ni siquiera en tiempos de veda, pero es el día, por fin. Tanto gruñido ya cansaba. Lo malo de (casi todos) los políticos es que no tienen principios; lo bueno es que tienen final.

Hay una nube negrísima justo sobre la casilla. Pocas sonrisas en el camino.

No se sabrá sino en la noche si funcionaron la flauta de Hámelin o el fantasma elaborado por los músicos de Bremen. Por lo pronto se oye a lo lejos un Requiéscat.

Un murciélago baja cuidadosamente de las vigas de una casa vieja y se transforma en persona. Nadie parece asombrarse. Luce como de unos 30 años, bien vestido, con mirada despreocupada. No tiene mucho que comió: una gota de sangre le pende de la comisura derecha. Saca con naturalidad su credencial de elector y le dan sus boletas.

En un carro cercano un par de mapaches, o eso parecen, revisan papeles. Nadie parece verlos. Quizá son camaleones. Todos hablan en voz baja porque hay tucanes en los alambres.

Y, aunque lo había pensado, decido no anular ninguna boleta. Voto diferenciado, las especies no son muy convincentes pero bueno. Ya rugiremos.

Me regreso a mi madriguera, esperando que nadie me pise, rogando mentalmente que el nuevo (la nueva, los nuevos) Snowball sepa lo que hace. Regreso a pata. A cuatro patas, mejor dicho.


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