miércoles, septiembre 23, 2009

De Álvaro de Campos

Si te quieres matar, ¿por qué no te quieres matar?

¡Ah, aprovecha!
Que yo, que tanto amo la muerte y la vida,
Si osase matarme, también me mataría…
¿De qué te sirve el cuadro sucesivo de las imágenes externas
a las que llamamos mundo?

¿La cinematografía de las horas representadas
por actores de convenciones y poses determinadas,
el circo polícromo de nuestro dinamismo sin fin?
¿De qué te sirve tu mundo interior que desconoces?
Tal vez, matándote, lo conozcas finalmente…
Tal vez, acabando, comiences…

Y de cualquier forma, si te cansa el ser,
¡Ah, cánsate noblemente,
y no cantes, como yo, la vida, por ebriedad,
no saludes como yo la muerte en literatura!

¿Hace falta? ¡Oh sombra fútil llamada personal!
Nadie hace falta; no haces falta a nadie…
Sin ti correrá todo sin ti.

Tal vez sea peor para otros tu existir que el que te mates…
Tal vez peses más durando, que dejando de durar
¿El dolor de los otros? ¿Tienes remordimiento adelantado
de que te lloren?

Descansa: poco te llorarán…

El impulso vital apaga las lágrimas poco a poco,
cuando no son por cosas nuestras,
cuando son por lo que le sucede a los otros, sobre todo la muerte,
porque es la cosa después de la cual nada sucede a los otros…

Primero es la angustia, la sorpresa de la venida
del misterio y de la falta de tu vida hablada…
Después el horror del féretro visible y material,
y los hombres de negro que ejercen la profesión de
de estar allí.
Después la familia para velar, inconsolable y contando anécdotas,
lamentando la pena de que hayas muerto,
y tú, mera causa ocasional de aquella lamentación,
tú verdaderamente muerto, mucho más muerto de lo que calculas…
Mucho más muerto aquí de lo que calculas
aunque estés mucho más vivo más allá…
Después la trágica retirada para la sepultura o la fosa,
y después el principio de la muerte de tu memoria.

Hay primero en todos un alivio
de la tragedia un poco inoportuna de que hayas muerto…
Después la conversación se aligera cotidianamente,
y la vida de todos los días retoma su día…
Después, lentamente olvidaste.

Sólo eres recordado en dos fechas, anualmente:
Cuando hace años que naciste, cuando hace años que moriste.
Nada más, nada más, absolutamente nada más.

Dos veces en el año piensan en ti.
Dos veces en el año suspiran por ti los que te amaron,
y una u otra vez suspiran si acaso se habla de ti.

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