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sábado, noviembre 14, 2015
Recogimiento - Charles Baudelaire
Cálmate, dolor mío, y tu angustia serena.
Anhelabas la noche. Ya desciende. Aquí está.
Una atmósfera oscura cubre a París. Traerá
a unos cuantos la paz, a otros muchos la pena.
Mientras la muchedumbre que se rinde al placer
ÂSu verdugo inclemente por las calles anhela
Cazar remordimientos bajo la fiesta en vela,
Tú, dolor, ven a mí. Dame la mano al ver
Que es posible escaparse de los ya muertos años
Con sus antiguos trajes en el balcón celeste.
Ya brotan, como salen del mar, los desengaños,
Cuando el sol, bajo un arco, se muere en lontananza.
Ahora, tal un sudario que desciende del este.
Observa, mi dolor: la inmensa noche avanza.
Anhelabas la noche. Ya desciende. Aquí está.
Una atmósfera oscura cubre a París. Traerá
a unos cuantos la paz, a otros muchos la pena.
Mientras la muchedumbre que se rinde al placer
ÂSu verdugo inclemente por las calles anhela
Cazar remordimientos bajo la fiesta en vela,
Tú, dolor, ven a mí. Dame la mano al ver
Que es posible escaparse de los ya muertos años
Con sus antiguos trajes en el balcón celeste.
Ya brotan, como salen del mar, los desengaños,
Cuando el sol, bajo un arco, se muere en lontananza.
Ahora, tal un sudario que desciende del este.
Observa, mi dolor: la inmensa noche avanza.
viernes, noviembre 13, 2015
Si pudiéramos ir - Víctor Hugo
Él decía a su amada: Si pudiéramos ir
los dos juntos, el alma rebosante de fe,
con fulgores extraños en el fiel corazón,
ebrios de éxtasis dulces y de melancolía,
hasta hacer que se rompan los mil nudos con que ata
la ciudad nuestra vida; si nos fuera posible
salir de este París triste y loco, huiríamos;
no se adónde, a cualquier ignorado lugar,
lejos de vanos ruidos, de los odios y envidias,
a buscar un rincón donde crece la hierba,
donde hay árboles y hay una casa chiquita
con sus flores y un poco de silencio, y también
soledad, y en la altura cielo azul y la música
de algún pájaro que se ha posado en las tejas,
y un alivio de sombra... ¿Crees que acaso podemos
tener necesidad de otra cosa en el mundo?
los dos juntos, el alma rebosante de fe,
con fulgores extraños en el fiel corazón,
ebrios de éxtasis dulces y de melancolía,
hasta hacer que se rompan los mil nudos con que ata
la ciudad nuestra vida; si nos fuera posible
salir de este París triste y loco, huiríamos;
no se adónde, a cualquier ignorado lugar,
lejos de vanos ruidos, de los odios y envidias,
a buscar un rincón donde crece la hierba,
donde hay árboles y hay una casa chiquita
con sus flores y un poco de silencio, y también
soledad, y en la altura cielo azul y la música
de algún pájaro que se ha posado en las tejas,
y un alivio de sombra... ¿Crees que acaso podemos
tener necesidad de otra cosa en el mundo?
En abril de 1944, París todavía respiraba - Paul Éluard
Descendíamos hacia el río fiel: ni su ola ni nuestros ojos habían
abandonado a París.
No pequeña ciudad, sino ciudad infantil y maternal.
Ciudad que todo lo atraviesa, como un sendero de verano,
lleno de flores y de pájaros, como un beso profundo, lleno también
de niños sonrientes, y de madres frágiles.
No una ciudad en ruinas, sino una ciudad compleja, marcada por
su desnudez.
Ciudad entre nuestras muñecas como una atadura rota, entre nuestros
ojos como un ojo ya visto, ciudad repetida indefinidamente como un
poema.
Ciudad siempre semejante a sí misma.
Vieja ciudad... Entre la ciudad y el hombre no había ni siquiera el espesor
de un muro.
Ciudad de la transparencia, ciudad inocente.
Entre el hombre abandonado y la ciudad desierta, había más que
el espesor de un espejo.
Sólo había una ciudad que presentaba los colores del hombre, tierra
y carne, sangre y savia.
El día que juguetea en el agua, la noche que muere sobre la tierra.
El ritmo del aire puro es más fuerte que la guerra.
Ciudad con la mano tendida, y, entonces, todo mundo ríe y todo mundo
goza. Ciudad ejemplar.
Nadie pudo saltar los puentes que nos conducían al sueño y del sueño
a nuestros sueños y de nuestros sueños a la eternidad.
Ciudad perdurable, donde viví un día nuestra victoria sobre la muerte.
abandonado a París.
No pequeña ciudad, sino ciudad infantil y maternal.
Ciudad que todo lo atraviesa, como un sendero de verano,
lleno de flores y de pájaros, como un beso profundo, lleno también
de niños sonrientes, y de madres frágiles.
No una ciudad en ruinas, sino una ciudad compleja, marcada por
su desnudez.
Ciudad entre nuestras muñecas como una atadura rota, entre nuestros
ojos como un ojo ya visto, ciudad repetida indefinidamente como un
poema.
Ciudad siempre semejante a sí misma.
Vieja ciudad... Entre la ciudad y el hombre no había ni siquiera el espesor
de un muro.
Ciudad de la transparencia, ciudad inocente.
Entre el hombre abandonado y la ciudad desierta, había más que
el espesor de un espejo.
Sólo había una ciudad que presentaba los colores del hombre, tierra
y carne, sangre y savia.
El día que juguetea en el agua, la noche que muere sobre la tierra.
El ritmo del aire puro es más fuerte que la guerra.
Ciudad con la mano tendida, y, entonces, todo mundo ríe y todo mundo
goza. Ciudad ejemplar.
Nadie pudo saltar los puentes que nos conducían al sueño y del sueño
a nuestros sueños y de nuestros sueños a la eternidad.
Ciudad perdurable, donde viví un día nuestra victoria sobre la muerte.
martes, enero 01, 2008
viernes, septiembre 08, 2006
Europa: Mi encuentro con Javert (segunda parte)

La espera que desespera. Pasaron dos horas y perdimos el avión, aunque los oficiales nos aseguraron que nos ayudarían a conseguir otro. Lo malo es que con las amenazas de bomba Air France no soltó las maletas y se quedaron con las ganas de echarle el guante a nuestros calzones.
—Tienen que esperar —dijo Javert.
Y yo con las ganas de fumar, después de un largo viaje. Me dieron permiso en una parte del sucio corredor que estaba lejos de la alarma de fuego. El cigarro fue inspeccionado de lejos por el inspector y otro guardia se quedó conmigo, por si acaso me escapaba como Edmundo Dantés.
Me aventé como cinco de un jalón...
¿Qué tal si echaban algo a la maleta para justificarse? Quien conozca a la policía mexicana sabrá que no es descabellada la idea.
Después de tres horas, como a las cinco de la tarde, hora París, nos soltaron un "usted disculpe" y nos acompañaron a cambiar nuestro boleto. Javert aún me volteaba a ver, como para estar seguro de que no me estaría burlando de él. Nos dejaron en la sala de espera y nos avisaron que al avión a Madrid salía a las siete con diez minutos. compramos una baguét, un refresco y un café por 9.50 euros y esperamos amodorrados. Me acompañó en la palm el buen Jean Valjean, preso en ese rato por haber robado una hogaza de pan.
Viaje sin contratiempos. Comprobamos por qué mucha gente odia la comida de los aviones. Llegamos a madrid y fuimos a recoger las maletas. media hora y nada. Por fin, las bandas se echaron a andar y la mayoría de las personas recogieron las suyas y se fueron. Las nuestras nada. Eran las 11 de la noche cuando la encargada de quejas nos informó que seguramente las petacas estarían en París y que llegarían al día siguiente.
Error: los datos del hotel estaban en el equipaje. Pos mañana le hablamos, señorita, para decirle en qué hotel vamos a estar.
La forma de hablar gritada de algunos personajes del aeropuerto Barajas nos hizo saber que no sería fácil encontrar información. Por fin se nos ocurrió revisar en Internet y encontramos el nombre de nuestro destino: Hotel Rafael Atocha. Gracias a Air France, a Javert y a sus ayudantes perdimos el traslado incluido en el tour y tuvimos que pagar 28 euros para llegar al hotel. Yo me bajo en Atocha, canturreamos, cansados.
Las luces de Madrid son tan bellas...
He sido un paria en París,
México me atormenta, Buenos Aires me mata,
pero siempre hay un tren que desemboca en Madrid,
pero siempre hay un niño que envejece en Madrid,
pero siempre hay un coche que derrapa en Madrid,
pero siempre hay un fuego que se enciende en Madrid,
pero siempre hay un barco que naufraga en Madrid,
pero siempre hay un sueño que despierta en Madrid,
pero siempre hay un vuelo de regreso a Madrid.
Y así, arribamos por fin a la madre patria. Y olé.
martes, agosto 22, 2006
Europa: Mi encuentro con Javert (primera parte)

¿Verdad que no estoy tan feo? Lo moreno y lo malencarado me cae que no son mi culpa, son herencia de mi abuela paterna, una mujer de cabellera china (un afro de buen tamaño) y de labios gruesos que no era negra nomás por su color alechado. Lo de mi cabello largo sí lo podría arreglar pero ya me acostumbré. Que si parezco árabe, hindú, azteca o chichimeca suelen decirlo quienes me conocen. Pero nomás por mi color y mi facha fue que conocí a Javert en estas vacaciones. Hubiera preferido conocer a Closeau pero cestlaví...
No es que quiera presumir que fui a Madrid y a París. Bueno, sí, un poco —ni modo que diga que no teniendo un blog, que para eso son—, pero más bién se trata de contar algo, anécdotas y todo de este viaje de pisaycorre, en plan japonés, digamos.
En fin, que el jueves que salimos de viaje Luz y yo (autobús de cinco horas al Defectuoso desde el Piojosí) de lo último que nos enteramos en las noticias fue de la amenaza de bomba en Inglaterra. ¡Bolas, don Cuco! A ver cómo nos va. Si hubiéramos llegado unas horas antes al aeropuerto Benito Juárez también nos hubiéramos encontrado con las huestes del voto por voto que por la mañana se manifestaron. El taxista que nos llevó de la central del norte al aeropuerto nos taladró los oídos todo el trayecto con sus quejas contra los quejosos.
Viaje sin problemas. Primera vez de cruzar el charco y de comprobar que las comidas en le avión no suelen ser demasiado consistentes. Películas: La era del hielo 2 y RV (Bién por Sonnenfeld, a pesar de Robin Williams). En el Aeropuerto Charles de Gaulle se suponía haríamos un transbordo a Madrid de no más de una hora. Ah, pero en la aduana ya nos esperaba un clon del inspector Javert, con su uniforme y su mirada penetrante, la ceja y los labios fruncidos. Dejó pasar a una mujer con su hijo (vestido de Winnie Puh) que iba a encontrarse con su marido, y me detuvo a mí. El error fue haber llamado a Luz, que ya había dejado atrás a les cancerberos en constante estado de alerta.
Las preguntas exageradas y el celo de este hombre, que como el Javert de Victor Hugo hubiera sido capaz de hacerse despedir por una falta, me hicieron desesperar. Para traducir, mandó traer a un oficial que sí hablaba español:
—Va a tener que acompañarnos para hacerle una prueba de orina. Y vamos a revisar sus maletas delante de usted.
Mediante su olfato de sabueso, seguro de sí, Javert ya me había encontrado culpable.
—¿Por qué? Nomás porque soy moreno? Es racismo, ¿¡verdad!?
Javert y sus secuaces nos condujeron a Luz (ya muerta de miedo) y a mí (medio muerto) hasta una oscura oficina donde se besaban un par de oficiales (hombre y mujer). Se les vio lo apenado a los guías y a los sorprendidos in fraganti.
—Orine aquí —pidió Javert en su papel de Moisés usando la voz de su asistente Aarón. Después de un viaje de 11 horas y pésimas comidas en el avión de Air France llené el vaso y casi le pido otro al inspector. Tras introducir en el líquido amarillo los reactivos, Javert se mostró consternado. Negativo. Sacre bleu. De lo poco que capté de la conversación en francés escuché que Javert le decía al otro que no era posible, que debía llevar algo, al menos en las maletas.
—Si trae algo, declárelo de una vez, antes de que traigan sus maletas, porque la justicia francesa es muy dura, y si admite desde ahorita le pueden dar una reducción —tradujo el Aarón.
—No traigo nada, me cai.
—¿A qué se dedica?
—Soy editor y escritor.
—¿Sus libros se pueden conseguir en Francia?
—No, muy apenas se consiguen en México.
—Ah. ¿Me podría enseñar alguno ahorita que traigan sus maletas?
La dedicatoria hubiera sido: "Para los oficiales que me vieron cara de narco..."
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