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lunes, enero 09, 2017

Rogelio contra el muro - Guillermo Fadanelli

Rogelio deseaba atravesar la pared y era evidente que no poseía ninguna otra meta en su vida. A causa del azar vivíamos dentro del mismo cuarto, pues el día que habiendo leído el anuncio en el periódico me presenté a rentarlo él se presentó también. Sin embargo, el dueño de la vecindad decidió darme preferencia a mí pues le pareció inconveniente que Rogelio babeara todo el tiempo. A mí eso me tenía sin cuidado y su aspecto no me era del todo desagradable así que allí mismo lo invité a vivir conmigo; en breve concertación acordamos pagar la renta entre los dos. El sueño objetó de inmediato que el cuarto estaba destinado para una sola persona pero al percatarse de que Rogelio enrojecía y empezaba a echar espuma por la boca no tuvo inconveniente alguno en que fuéramos compañeros de cuarto.

Era un hombre hermético; a veces me sonreía para que yo no pensara que su silencio era un signo de hostilidad. A la semana de habernos mudado creyó necesario confesarme la mayor obsesión de su vida.

—Con un poco de concentración —me dijo— atravesaré la pared.

No añadió nada más pero algunos días después fui testigo de su primer intento. Tomó distancia —casi dos metros—, corrió hacia el muro y se estrelló provocando un tremendo escándalo al caer al suelo. Quise auxiliarlo pero él me rechazó amablemente.

—No te preocupes, estoy acostumbrado.

Regresé a mi cama y él a la suya; minutos más tarde lo escuché roncar con singular descaro. Al día siguiente un fuerte ruido me despertó: Rogelio lo había intentado otra vez y se hallaba tirado en el piso frotándose el rostro con ambas manos. En esta ocasión su recuperación fue más lenta; apenas se hubo incorporado, se fue hacia el baño dando un par de traspiés. No tuve más remedio que vestirme. Estaba poniéndome los zapatos cuando lo vi entrar nuevamente a la habitación. Me dio los buenos días y antes de meterse bajo las cobijas no dudó en advertirme:

—Mañana lo lograré.

Todo continuó con normalidad, nuestra convivencia resultaba agradable y la relación parecía marchar por buen camino. A petición mía había accedido a esperar que yo estuviera despierto para intentar atravesar la pared y de esa manera no interrumpir mi sueño tan bruscamente. Era un hombre amable: llevó su delicadeza hasta el grado de esperar a que yo saliera del cuarto para estrellarse en el muro.

Los problemas iniciaron un poco más tarde cuando Rogelio, obstinado en llevar a cabo su propósito, aumentó el número de tentativas. Un día abrí la puerta y tropecé con su cuerpo; tenía el rostro bañado en sangre. Lo llevé hasta la regadera dejándolo allí un buen rato mientras me preparaba algo de cenar. Como no reaccionaba lo arrastré hasta su cama y lo cubrí con una estera delgada. Se volvió cotidiano el hecho de que siempre, al abrir la puerta, Rogelio estuviera batido en sangre e inconsciente en el piso; me molestaba tener que hacerme cargo de él, llevarla hasta el chorro de agua, cargarlo hasta su cama y cobijarlo, aunque con el paso de los días no tardé mucho en acostumbrarme. Después de un mes, Rogelio, que para entonces mostraba un rostro completamente desfigurado, me pagó la renta con admirable puntualidad. Me alegró saber que pese a todo había logrado conservar la razón y a manera de recompensa aquella noche, al llegar a casa y encontrarlo en el piso en medio de su habitual charco de sangre, lo jalé hacia fuera del cuarto abandonándolo en el patio de esa vecindad que a no ser por nosotros dos estaría totalmente deshabitada.

A la mañana siguiente me despertaron unos gritos.

— ¡Eureka! ¡Eureka! —gritaba Rogelio mientras tocaba con desesperación la puerta.

Abrí y me encontré con su rostro sonriente.

— ¡Lo logré, hermano! —me dijo al tiempo que se desplomaba en mis brazos. No pude evitar que una lágrima corriera por mis mejillas, lo arrastré hasta el baño y lo dejé un largo rato bajo el chorro de agua.

jueves, diciembre 11, 2008

Fadanelli en la FIL


Lodo, la reciente creación de Guillermo Fadaneli, fue presentada el sábado 6 en la FIL ante los freaks que escapamos, entre otras actividades, de los 20 años de la novela light de Laura Esquivel. El Fada y Leonardo da Jandra, en papel de moderador inmoderado, hablaron del libro pero también del vacío que crece en un lugar que se presume la feria libresca más grande de América pero donde se da igual cabida a la basura que a lo literario, donde la gente bien se codea con chavos fresas y unos cuantos hablan de cultura y van a buscar algo que nutra.

Detrás de la cachucha que suele esconder su timidez a falta de unos mezcales, Fadanelli comentó que no hay mejor manera de no vender los canales 11 y 22 que anunciarlos como culturales, lo que los vuelve marginales ante una mayoría que se interesa en lo vano. Mientras hablaban autor y presentador en la fila de atrás una niña leía uno de los bestsellers Crepúsculo (o algo así) y afuera un trío de bonitos autografiaba su libro que hicieron película (o algo así) a una multitud que hacía fila.

Una foto de Flor Eduarda (Gurrola) en la portada es un requerimiento urgente, pero no traíamos lana para lodo, ya será un día de estos. La sinópsis de Lodo (Anagrama, 2008), reza:
"Benito Torrentera, que a sus cincuenta años abandona su apacible vida de profesor universitario para proteger a una joven criminal, Flor Eduarda. Lector de filosofía y conocedor de historia colonial, se entera, demasiado tarde, de que la razón y la erudición nunca serán suficientes para oponerse a la bestial atracción que le causa una mujer sin estudios, empleada de una tienda de autoservicio. Flor Eduarda, por su parte, se siente intrigada por este hombre pesimista, carente de sentido común y ocupado en asuntos que a nadie le importan. Ambos personajes huyen hacia Michoacán. Ella desea alejarse de la justicia; Torrentera, en cambio, desea llegar a un pueblo olvidado, Tiripetío, donde cinco siglos atrás se impartiera la primera cátedra de filosofía en América. Ni el cansado profesor ni su inesperada alumna se imaginan el desenlace, pero Torrentera presiente que, una vez más, el deseo se impondrá sobre las razones: y no le importa".

jueves, marzo 01, 2007

Educar a los topos...

(fragmento de Educar a los topos, de Guillermo Fadanelli, hurtado de su blog)

¿Acaso no somos la concreción de un chorro de leche que lanza un pene enloquecido? Como si nuestra sangre no contuviera desde un principio todos los vicios de los padres y sus ancestros. En un momento de silencio mi padre, sereno, como si tratara un asunto de relativa importancia, comunicó a todos en la mesa que había decidido inscribirme en una escuela militarizada. La primera reacción fue de asombro. Nadie había siquiera pensado en la posibilidad de que se me confinara en una escuela de esa clase. Podría tratarse de una estrategia de corrección, pero el anuncio impuesto de manera tan solemne tenía más cara de ocurrencia nocturna que de otra cosa. No, las bromas estaban descartadas en un hombre que no practicaba la risa delante de su familia. ¿Entonces? Después del anuncio comenzó una larga discusión que despertó lágrimas en mi abuela, una mujer de sangre endemoniada, pero noble en sus actos. De ninguna manera consentiría que su primer nieto, con sus escasos once años de edad, se transformara en un soldado: ¡Un soldado! Además de sospechar que su esposo, mi abuelo, Patrocinio Juárez, había sido asesinado por un grupo de militares en Durango cuando su carrera política comenzaba a ascender, no solaparía que su nieto fuera educado con una disciplina tan ingrata como absurda. Si los soldados son como las garrapatas, como los hongos, están allí desde el principio de la humanidad, ¿cuál es su mérito? Me sorprendió ver llorar a una mujer de su carácter, pero lo que más me intrigaba era el hecho de que lo hiciera por mi causa. Si me ponía a hacer cuentas aquella era la primera vez que mi abuela soltaba unas cuantas lágrimas en mi honor. Había que celebrarlo.