«La historia ya tiene páginas suficientes para que hayamos entendido que los primeros no acostumbran a ser los mejores y, en literatura, que cuanto más best-seller y más bombo, menos escritor. Quién nos iba a decir a nosotros, los que estudiamos Literatura en la universidad y soñábamos con atesorar la cultura y el talento de aquellos a los que leíamos (y releíamos y volvíamos a releer), que llegaría el día en que se premiara el analfabetismo en el gran foro de las letras. Surge el horrible sintagma nominal posicionamiento en librerías, que alude al hecho de que algunos libros ocupen las principales mesas expositoras no por la calidad de lo que acontece entre sus páginas, sino porque la editorial ha soltado la pasta necesaria para que estén allí y de que el lector, por el mero hecho de que están allí, los compra. Y esa es la otra cosa con la que no contábamos: una masa oceánica de lectores estética y literariamente analfabetos ha fomentado el nacimiento de una novela estética y literariamente deleznable, hecha a la medida de su sedentarismo mental, sin animarlos a que suban (aunque sea de una en una) las escaleras que ascienden a las altas cumbres de literatura perpetua y conminándolos, por el contrario, a que sigan tumbados en sus bastas playas de ignorancia, cada vez más adiposos y lentos de escritura basura...»
(Negritas del autor. Completo por acá, en Zenda)
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