miércoles, septiembre 06, 2017

El próximo cuento (Crónicas de un tallerista I) - Eduardo Garay Vega

Hace muchos años, tras ganar un concurso de cuento casi por equivocación, me encontré en medio de un taller literario discutiendo sobre qué debía escribir un escritor, y más específicamente, un cuentista.

Yo, por ignorancia y exceso de insolencia, dije que los cuentistas están obligados a escribir de lo que saben.

Todos los presentes me dieron la razón y, al mismo tiempo, me exhibieron como el pedante-ignorante que era y soy. “¿De qué vas a escribir tu próximo cuento?”, me preguntó alguno. “De futbol americano”, contesté más que presuntuoso, ya que me consideraba un fanático del rudo deporte de las tacleadas, incluso presumía una mínima incursión en el ámbito estudiantil con los Zorros del ITQ. Pero oh, sorpresa, yo no sabía nada de futbol americano: uno de mis compañeros de taller conocía de memoria el resultado de todos los supertazones efectuados hasta ese momento (y seguramente ha actualizado su información), además del nombre del jugador más valioso de cada partido por el título de la NFL.

“Carajo, no sé nada”, me dije sorprendido y apenado. “Entonces voy a escribir sobre la Sonora Santanera”. Diablos, tampoco. Nuevamente me descubrí como un neófito en la materia cuando otro de mis compañeros recitó de un tirón el año de aparición de cada disco del grupo comandado por el, en ese entonces, recién desaparecido Carlos Colorado. No sólo eso, fue capaz de darme la lista completa de las canciones seleccionadas por el Reader’s Digest para el La caja de los Santaneros.

“Híjole”, comenté, “quizá puede intentar algo con jóvenes aprendices del albur y dispuestos a entender la vida en una ciudad moderna y rompiendo los cánones morales establecidos por la sociedad”. En ese instante, todos voltearon a verme y de inmediato me desaprobaron. “Para eso están José Agustín, Gustavo Sainz y toda la Onda”, me reclamaron. “No sólo eso, qué crees que se ha escrito todo el tiempo: ¡pues cómo romper el canon moral de la sociedad! Eres un pendejo”, sentenciaron.

Bajé los ojos, triste, ya sin arrogancia y casi con temor hablé sobre la posibilidad de escribir sobre un tipo que viaja en camión de su casa al trabajo… “De eso trató tu cuento que leíste hoy”, me interrumpieron. “De eso trató el cuento con el que ganaste el concurso. ¿Qué no tienes imaginación?”. Me interrogaban como se interroga a un ladrón detenido con las manos en la masa.

Salí rápidamente del lugar donde sesionaba el taller y, a la fecha, cuando alguien me pregunta de qué escribo, siempre contesto: “de nada. Ya no escribo”.

(De Crónicas de un escritor de buró, Instituto Queretano de la Cultura y las Artes, 2016)

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