sábado, febrero 20, 2016

Es una noche oscura y tormentosa...

Anteayer comentaba en clase de Géneros Periodísticos los aportes y verdades incómodas que contiene Número cero. Ayer platicaba con otros alumnos (de Literatura Universal) sobre la necesidad de (aspirar a) ser El lector modelo (y hoy veremos el texto en Comunicación Oral). Anoche buscaba unas citas de El nombre de la rosa sobre los nombres y la facultad de nombrar, para compartirlas aquí. Hoy ha muerto Umberto Eco.
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Van las citas de El nombre de la rosa:

«Hay un arte secreto que permite nombrar con palabras análogas fenómenos distintos entre sí: es el arte por el cual las cosas divinas pueden nombrarse con nombres de cosas terrenales, y así, mediante símbolos equívocos, puede decirse que Dios es león o leopardo, que la muerte es herida, el goce llama, la llama muerte, la muerte abismo, el abismo perdición, la perdición deliquio y el deliquio pasión».

«Hoy ya no es así; surgen sabios fuera de los monasterios, fuera de las catedrales e incluso fuera de las universidades. Mira, por ejemplo, en este país: el mayor filósofo de nuestro siglo no ha sido un monje, sino un boticario. Hablo de aquel florentino cuyo poema habrás oído nombrar, si bien yo no lo he leído, porque no comprendo la lengua vulgar en que está escrito, y por lo que sé de él creo que no me gustaría demasiado, pues es una disquisición sobre cosas muy alejadas de nuestra experiencia. Sin embargo, creo que también contiene las ideas más claras que hemos podido alcanzar acerca de la naturaleza de los elementos y del cosmos en general, así como acerca del gobierno de los estados. Por tanto considero que, así como también yo y mis amigos pensamos que en lo relativo a las cosas humanas ya no corresponde a la iglesia legislar, sino a la asamblea del pueblo, del mismo modo, en el futuro, será la comunidad de los sabios la que deberá proponer esa teología novísima y humana que es filosofía natural y magia positiva».

«Sólo recuerdo que las emociones del primer instante fueron indecibles, porque ni mi lengua ni mi mente habían sido educadas para nombrar ese tipo de sensaciones. Y así fue hasta que acudieron en mi ayuda otras palabras interiores, oídas en otro momento y en otros sitios, y dichas, sin duda, con otros fines, pero que me parecieron prodigiosamente adecuadas para describir el gozo que estaba sintiendo, como si hubiesen nacido con la única misión de expresarlo. Palabras que se habían ido acumulando en las cavernas de mi memoria y ahora subían a la superficie (muda) de mis labios, haciéndome olvidar que en las escrituras o n los libros de los santos habían servido para expresar realidades mucho más esplendorosas».

«Aunque en nuestra época algunos digan que nomina sunt consequentia rerum, el libro del Génesis es por lo demás bastante claro sobre esta cuestión: Dios trajo ante el hombre todos los animales para ver cómo los llamaría, y cualquiera hubiese sido el nombre que éste les diese, así deberían llamarse en adelante. Y aunque, sin duda, el primer hombre había sido lo bastante sagaz como para llamar, en su lengua edénica, a toda cosa y animal de acuerdo con su naturaleza, eso no entrañaba que hubiera dejado de ejercer una especie de derecho soberano al imaginar el nombre que a su juicio correspondía mejor a dicha naturaleza. Porque, en efecto, ya se sabe qué diversos son los nombres que los hombres imponen para designar los conceptos, y que sólo los conceptos, signos de las cosas, son iguales para todos. De modo que, sin duda, la palabra nomen procede de nomos, o sea de ley, porque precisamente los hombres dan los nomina ad placitum, o sea a través de una convención libre y colectiva».

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