viernes, abril 03, 2015

La pasión según Goethe

«Cuando el médico llegó al lado del infeliz Werther, le halló todavía en el suelo y en un estado deplorable. Latía el pulso aún; pero todos sus miembros estaban paralizados. Había entrado la bala por encima del ojo derecho, haciendo saltar los sesos. Le sangraron de un brazo, y corrió la sangre; todavía respiraba. Unas manchas de sangre que se veían en el respaldo de su silla indicaban que consumó el suicidio sentado delante de la mesa donde escribía y que en las convulsiones de la agonía había rodado al suelo. Se hallaba tendido boca arriba, cerca de la ventana, vestido y calzado, con frac azul y chaleco amarillo.

»La gente de la casa y de la vecindad, y poco después todo el pueblo, se pusieron en movimiento. Llegó Alberto. Habían acostado a Werther en su lecho con la cabeza vendada. Su rostro tenía ya el sello de la muerte. No se movía; pero sus pulmones funcionaban aún de un modo espantoso: unas veces casi imperceptiblemente, otras con ruidosa violencia. Se esperaba que de un momento a otro exhalase el último suspiro.

»No había bebido más que un vaso de vino de la botella que tenia sobre la mesa. El libro Emilia Galotti estaba abierto sobre el pupitre. Eran indescriptibles la consternación de Alberto y la desesperación de Carlota.

»El anciano juez llegó turbado y conmovido. Abrazó al moribundo, bañándole el rostro con su llanto. No tardaron en reunírsele sus hijos mayores, y se arrodillaron junto al lecho, besando las manos del herido y no pudieron contener el más intenso dolor. El mayor, que había sido siempre el predilecto de Werther, se colgó al cuello de su amigo y permaneció abrazado a él hasta que expiró.»

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