sábado, diciembre 06, 2008

Todos los hoteles son de paso

Hay hoteles que ya no lo son. Transformados en centros de negocios se asumen no como segundo hogar u hogar de paso, sino como segunda oficina, donde la estancia fuera de casa debe ser productiva.

Aunque también coger y/o dormir, lo que uno hace en cualquier hotel, es productivo las más de las veces.

Este sábado me hospedé en un hotel de ensueño, como hace mucho no lo hacía, y ya no entré a hurtadillas como antes. Hotel de los que suelen por hora y donde no falla que suena de fondo alguna balada acumbiada o cumbia romántica (o algo así). Ya en la recepción las fotografías (estilo pintura una, sepia otra, a color desteñido, color intenso) de la secuencial declinación (todas con la misma pose, diferente el peinado y más ajada la cara) de quien debe ser la dueña, más allá el perro salchicha dormido en un sillón y los niños que acompañaban a una señora barriendo anunciaban el olor a viejo, a sexo urgente o cortedad de efectivo para hospedarse.

Casi se me salen las lágrimas de la emoción cuando al registrarme en medio de este paisaje me entregaron una toalla y un rollo de papel sanitario. Adentro, un cuarto verde donde apenas cabe una cama, una tele sin botones, la cortina como segunda puerta y algunos juanes en donde uno asume que es la ducha. Por las ventanas las voces de las personas de la limpieza y hasta de otros cuartos.

Ni Dulcinea ni meretrices, sólo los rumores medio desvanecidos en este hotel de paradójico nombre. En la soledad, la imaginación es un sentido exaltado. Todos los hoteles son de paso y en este tampoco logré que me nombraran caballero.

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