Por Alexandro Roque
Lalo vino de Querétaro a presentar su libro, ante los eternos parroquianos de los Martes Literarios de la Casa López Velarde. Y con el recuerdo de aquellos encuentros de escritores donde convivimos y conbebimos nos echamos los mezcales que en lugar de vino de horror ofreció el poeta Mario Alonso como anfitrión al término de los rollos.
—Bueno, pues, ¿ahora a dónde vamos a seguirla? —preguntó el invitado de honor.
—Vamos a tu hotel —sugirió sin visos de albur otro de los asistentes— ahí tienes tu cena pagada, los demás cada quien paga lo suyo y de allí a ver a dónde jalamos.
Y ya ahí, en la avenida Carranza, dimos cuenta de unos tacos y ensaladas, y recordamos el encuentro de jóvenes creadores en Guadalajara, donde desde que llegamos hasta que nos fuimos fue una bacanal en todos los sentidos. Allí en Guadalajara conocimos al arcangel Grabiel, un chavo al que casi arrestan por entrar en estado inconveniente al baño de mujeres. Allí también una poeta leonense pidió a un conocido escritor su autógrafo a todo lo ancho de la pierna (y después anduvo enseñando su presea en todas las habitaciones). De aquellas jóvenes promesas muchos quedamos en puras promesas...
Y quisimos enseñarle a Lalo algo de la vida nocturna de nuestro Sanluisito, esa que existe incluso sin iluminación primermundista (premiada en un concurso oriental de convocatoria escasa), y se nos ocurrió, para no ir muy lejos, llevarlo a un centro cultural allá por el bario de Tlaxcala.
Desde que llegamos, el animador nos advirtió:
—Nomás que hoy no hay muchas chavas, ¿eh? Es que es martes, ustedes saben, entresemana, pero si se dan una vuelta mañana van a ver que ambiente... Eso sí, no hay cover y las chelas están al dos por uno.
Apenas pudimos platicar entre la guapachosa música, de a dos canciones por “bellísimaaa y sensuaaal” chava. Una para mostrar su habilidad en el baile (¿?) y en el tubo y otra para “su sensuaal desnudo”, como exclamaba el animador, el único deveras animado entre las mesas semivacías. A la media hora ya todas las chavas le habían dado vuelta a la pista, y nuestra plática estaba en su apogeo.
—Uta, hay que comprarle un diccionario de sinónimos al animador —comentó Lalo.
—Pues cómo ven si vamos a ver si encontramos un bar abierto.
—Pues vamos.
La noche apenas empezaba, y seguramente encontraríamos algo ad hoc para un invitado tan de lujo, aunque viniera de la tierra de La Yegua.
Ahí empezó un largo peregrinar por las cantinas del centro. Todos los lugares de reunión habitual de reporteros, políticos, abogados y otros seres nocturnos (no) nos recibían con las puertas cerrdas o en el mejor de los casos con un cancerbero entonando un “ya vamos a cerrar, joven”.
—Ya ves, si hubieras venido mañana hubieras visto qué ambiente —reíamos por no llorar.
El centro histórico de la ciudad lucía muerto. Unas cuantas parejitas pardas (de todo tipo) se dedicaban a hacerse arrumacos. Otros nos veían más peligrosos que ellos y nos sacaban la vuelta. El único impasible era el señor de las palomas, que hasta pareció burlarse de nuestra petición de posada en plan etílico.
La única solución parecía huir a Chole, donde los centros culturales y de esparcimiento son como Vicente fernández: mientras la gente siga aplaudiendo, y tomando...
Al fin, encontramos una puerta abierta, justo frente a la Plaza de Armas. Arriba se oía música a un volúmen aceptable. El mesero nos barrió con la mirada, un poco torva, y preguntó:
—Ustedes no son de aquí, ¿verdad?
—No —dijimos al unísono.
—Somos de Querétaro.
—Ah, pues pásenle, ahorita aunque sea les traigo unas cahuamas bien frías.
Y la plática siguió hasta que las cahuamas quedaron en peligro de extinción.
El mesero se acercó:
—La neta es que nomás los atendí porque son de Querétaro, porque yo viví mucho tiempo allá y me trataron muy bien, la gente es a todo dar. ¡Qué comparación con los pinches potosinos, que son bien gachos! Puros malos tratos, se creen mucho todos...
Tras un breve silencio y otro trago a la cahuama (miradas divertidas) le dimos cuerda al mesero (“sí, son regachos”, “son unos mochos”) y nos pasamos otra media hora con nuevas cahuamas cortesía de la casa y sintiéndonos queretanos para no sentir lo duro ni lo tupido del ataque.
La despedida en la madrugada. El regreso de Lalo a Querétaro a chambiar y nosotros a dejar de ser queretanos.
—Pinche Lalo, a ver cuándo me invitas a tu tierra, pero me llevas a un lugar donde haya meseros potosinos.
—Si, pero que no sea en martes. Si no, mañana... l
(Transición, núm. 12, abril de 2007)
¿Qué es lo mejor de San Luis Potosí? Que está a dos horas de Zacatecas. ¿Qué es lo mejor de Zacatecas? Que no hay potosinos.
ResponderBorrarSip. Lo único malo de San Luis Potosí es que tiene potosinos... incluso gente de la huasteca -que se cuida mucho de sustraere de la etiqueta "potosino"- lo piensa... jajaja.
ResponderBorrarA más de eso, aqui todo muere a las 2am y está de la hueva. Lo único que salva son las raves... ya si no!
Atte. "la becaria" ex vecina de cubículo... "ague y...."
Hola, mi estimada becaria. Bienvenida a bordo de Crimentales.
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