jueves, enero 04, 2007
Sabina (aunque sea de lejecitos) en la FIL
Alexandro Roque
—¡Quítate, pinche gordo!
—Quítenme si pueden, méndigos!
La Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara es algo imposible de describir a cabalidad. Es un laberinto lleno de minotauros, repleto de códigos secretos, pero también es la basílica a la que año con año, en los últimos días de noviembre y los primeros de diciembre, acuden miles de peregrinos en busca del libro prometido o el autógrafo de moda.
En sus pasillos y en sus salones lo mismo hay una lectura de José Saramago que la presentación del nuevo bodrio de Gaby Vargas y Jordi Rosado. Por allá va el Monsi y más acá Pablo Boullosa entrevista a alguien para su programa. Villoro, JEP, Chespirito o Carlitros Martínez Rentería. Los chavos se agolpan en el salón Juan Rulfo para el homenaje al Negro Fontanarrosa, con su Boogie y su Inodoro (Pereyra). Cientos de metros con libros para todos los gustos. Ancianos y niñas de falda tableada, niños, mujeres, lo que quiera. No por nada se presume que es la mejor y más grande de todo el continente.
Cuenta la leyenda entre editores que a muchos de los asistentes les prestan dinero para comprar, libros, aunque se los recogen a la salida.
Este 2006 el invitado de honor de la FIL fue Andalucía, y como cada año, el invitado se encarga de proponer variedad artística para cada noche de FIL. Este año el platillo fuerte, el viernes primero de diciembre, fue la actuación del mítico Joaquín Sabina.
—A ver, atínale mamacita… total, no me muevo— fanfarroneó el gordo, el único parado entre cientos de personas sentadas.
Dicho y hecho, no sólo la mamacita de tanga de hilo dental sino varias personas le aventaron papeles, vasos de refresco y lo que encontraron a la mano.
El pinche gordo sonrió y le echó un trago a la caguama que entresacó de la mochila.
Pero antes los espectáculos de la FIL eran en la Explanada (así, con mayúsculas) de la Expo Guadalajara, un sitio amplio, abierto, donde muchos oyeron por primera vez a Carlos Vives cuando se desembarazó de su imagen de galán telenovelero y se hizo impulsor del vallenato. Y a muchos otros. Pero desde hace algunos años empezaron a cercar la explanada y este año apenas cinco mil pudieron ver más de cerca al cantautor español que ha influido y embelezado a miles.
La “cola” se hizo desde antes de las nueve de la mañana. Un letrero lo decía bien: “Aquí empieza la fila para ver a Sabina”. Para las seis de la tarde (el espectáculo empezaría a las nueve) la fila ya daba vuelta a la ex explanada, y se empezaron a levantar dos pantallas gigantes al lado de la Expo.
Alrededor de la pantalla personas de todas las edades llegaron a sentarse. El cemento no es un buen asiento y por lo mismo muchos se remolineaban como en tlaconete en sal, o de pronto alguna pierna chocaba con una espalda. “Ocupen todos su localidad y presten todos atención, a punto está de levantarse el telón”.
Hasta que llegó el gordo con sus cuates.
Ave de paso, Sabina salió al escenario con un traje gris de los veintes, bombín y bastón incluidos. “Yo no sabía que Guadalajara era capital de Andalucía”, dijo, y añadió más adelante: “creíamos que estallaba la revolución (con el toma y daca político) y lo único que han hecho es detener a la pobre Paquita la del Barrio".
“Contigo”, “Pie de guerra”, “Pájaros de Portugal”, “Calle melancolía”, “Ruido”, y muchas más.
Afuera, la gente se dio cuenta de que mucha imagen y poco sonido. Las pantallas gigantes dejaban ver un poco borrosa la imagen del español, pero el sonido era sólo el que venía de detrás de las paredes. Algunos los menos “fans”, se retiraron. La mayoría permaneció sentada en la cama de piedra a pesar del gordo que seguía tapando la vista de muchos y echando líquido tranquilamente. Muchos otros estaban colgados de la reja alzando la cámara para tomar una foto. El silencio ayudó a corear de lejos y a aplaudir al ritmo marcado por el artista.
“Por el boulevard de los sueños rotos” quedaron los que no pudieron verlo más de cerca, pero consolados por la risa de quien llora como llora Chabela…
—A ver, un aplauso para que me siente— pidió el gordo con las manos en alto.
Mientras algunos aplaudían, una voz al fondo gritó: “Ya, siéntate”.
—Pues ora no me siento.
Y la silbatina continuó.
Después de varias canciones el gordo se sentó, mostrando la rayita en su pantalón guango, para desgracia de varias concurrentes. Adentro, Sabina seguía con sus guiños a Andalucía y a la rebelión zapatista. Y al ritmo mariachesco, como debe, se despidió Sabina, y nos dieron las diez y las once y hubiéramos querido seguir hasta la una, las dos o las tres.
Regreso a la realidad. Y es que sólo con música se podían olvidar por unas horas las pastillas para no soñar que nos ofrecieron la mañana de ese día en la capital del país.
(Publicado en Transición n. 9, enero de 2007)
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