lunes, noviembre 13, 2006

Mil y una noches antes de la guerra

(Publicado originalmente en el diario Pulso, en abril de 2003)

Entre tanta información las imágenes de muerte y las palabras de odio han cubierto a la otra parte de Irak, la que le da riqueza y no es el petroleo. Pocos recuerdan que hace mucho fue llamada la tierra entre dos ríos, el Tigris y el Éufrates. Mesopotamia era su nombre y de allí irradió la cultura a todo Oriente. Es también, más tarde, la tierra de Las Mil y Una Noches, la colección de relatos más maravillosa de los tiempos antiguos de califas sabios que velaban por el bienestar de su pueblo, de noches en vela oyendo cómo los aventureros, los efrits (genios) y los mercaderes iban por todo el mundo conocido haciendo bien y mal, cantando palabras a “La Amada” de ojos grandes y pies pequeños.

Hay dos personajes centrales en el libro. Schahrazada, quien logra vencer la pena de muerte que impone el rey a sus esposas tras la primera noche de bodas para evitar su traición (“muerte preventiva”, le llamarían ahora), haciendo gala de su memoria y retórica contándole cuentos que se interrumpen en lo más interesante justo al amanecer y donde los personajes cuentan a su vez historias cada vez más interesantes. El fragmento de Schahrazada, que da pie a las mil noches y una noche de relatos, ha sido calificada como el “Prólogo de Prólogos”, en una alusión de Jorge Luis Borges.

El otro personaje es masculino: Harún Al-Raschid, que entre todos los califas sobresale en los relatos de Las Mil y Una Noches por su sabiduría. Los protagonistas de varias historias lo llaman, entre muchos calificativos, “sombra de Dios en la tierra”, “Emir de los Creyentes”, “sabio entre los sabios”. Con su visir Giafar gustaba de ir por Bagdad disfrazado de mercader para ver si sus gobernadores y walís (jueces) hacían bien su trabajo, y desde tierras lejanas lo visitaban personas para contarle historias de viajes, aves monstruosas, cuevas encantadas y riquezas increibles.

Bagdad, capital de Irak, que llegó a ser “Morada de la Paz”, se fundó en el año 762 de nuestra era, y como centro del mundo islámico ocupa páginas enteras en los relatos, descrita con todo su calor y su color. El zoco (mercado), las fuentes o lavatorios creando plazas, las calles de los joyeros, de los carniceros, de los anticuarios; las mujeres cubiertas de pies a cabeza y dejando ver sus ojos sólo a aquel que elegían; las mezquitas con cúpulas brillando e invitando a orar; hombres de todas las razas ofreciendo sus servicios, sus productos y sus historias a todo el que las quisiera escuchar; tumbas ante las que los lectores del Corán leían versículos.

Las descripciones tan intensas de comida y personas pueden resultar extrañas a lectores acostumbrados a una narrativa de acciones, de escenas cortadas como video de MTV, pero para el que las quiera gozar resultan fascinantes. Descripciones de su cultura como la esclavitud o el machismo son chocantes, pero era su modo de vida y por eso como fuente reulta invaluable.

Hay fragmentos que por sí mismos deberíamos recordar en estos tiempos. Un mandadero que pregunta lo que no debe es condenado a muerte, y en su defensa recita esta estrofa: “¡Qué hermoso es el perdón del fuerte! ¡Y sobre todo, qué hermoso cuando se otorga al indefenso! ¡Yo te conjuro por la inviolable amistad que existe entre los dos: no mates al inocente por causa del culpable!”

O el canto de Sindbad el cargador: “Cargó nunca el Destino la espalda de un hombre con carga parecida a la aguantada por mi espalda?… ¡Sin embargo, no dejan de ser mis semejantes otros que están ahítos de honores y reposo! ¡Y aunque no dejan de ser mis semejantes, entre ellos y yo puso la suerte alguna diferencia, pareciéndome yo a ellos como el vinagre amargo y rancio se parece al vino!”

Las de Las Mil y Una Noches son historias que, como dicen sus múltiples narradores, merecen ser escritas “con hermosas letras de oro en los registros del reino, para enseñanza de los hombres futuros”.

AR

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