jueves, febrero 11, 2016

Sobre la literatura (1) - Steven Pinker

Tomado de Cómo funciona nuestra mente:

«"El hecho es que me siento bastante feliz al ver una película, incluso si es mala. Otras personas, en cambio, según he leído atesoran, momentos memorables en sus vidas". Como mínimo el narrador de la novela El cinefilo deWalker Percy reconoce la diferencia. Las emisoras de televisión reciben cartas de los espectadores de comedias de enredo con amenazas de muerte para los personajes de los malos, consejos para los que han sido abandonados en el amor y regalitos para los bebés. De los aficionados al cine mexicanos se sabe que disparan contra la pantalla. Los actores se quejan de que sus seguidores les confunden con los papeles que interpretan; Leonard Nimoy escribió unas memorias con el título No soy Spock; finalmente se rindió y escribió otro libro titulado Soy Spock. En la prensa aparecen noticias como éstas de forma regular, en general, insinuando que la gente hoy en día se ha embobado y no sabe distinguir la fantasía de la realidad. 

»Horacio escribió que el propósito de la literatura es "deleitar e instruir", una función de la que se hizo eco siglos más tarde John Dryden cuando definió una obra como "una imagen justa y viva de la naturaleza humana, que representa sus pasiones y estados de ánimo, así como los cambios de fortuna a los que se halla sujeta; para deleite e instrucción de la humanidad". Resulta práctico distinguir entre deleite, tal vez un producto de una tecnología inútil para presionar nuestros botones del placer, y la instrucción, tal vez un producto de una adaptación cognitiva.

»La tecnología de la ficción expresa una simulación de la vida en la cual participa un público desde la comodidad de su cueva, sofá o butaca del cine. Las palabras evocan imágenes mentales, que activan las partes del cerebro que registran el mundo cuando realmente lo percibimos. Otras tecnologías infringen los supuestos de nuestro aparato perceptivo y nos embaucan con ilusiones que, en parte, duplican la experiencia de ver y oír sucesos reales. Estas tecnologías incluyen disfraces, maquillajes y caracterizaciones, escenarios, efectos especiales y de sonido, cinematografía y animación. Tal vez en un futuro no muy lejano añadiremos la realidad virtual a esta lista, y en un futuro algo más distante las sensaciones del soma descritas por Aldous Huxley en Un mundo feliz.

»Cuando las ilusiones funcionan, la pregunta "¿Por qué disfrutamos de la ficción?" no encierra ningún misterio, ya que es idéntica a la pregunta "¿por qué disfrutamos de la vida?" cuando quedamos absortos en la lectura de un libro o entramos en una película, llegamos a ver paisajes que cortan la respiración, nos codeamos con gente importante, nos enamoramos de hombres y mujeres encantadores, protegemos a los seres queridos, alcanzamos metas imposibles y derrotamos a perversos enemigos. ¡No está nada mal por el precio que vale una entrada o un libro!

»Cierto es que no todos los relatos tienen finales felices. ¿Por qué pagar una entrada que cuesta lo suyo si presenta una simulación de la vida que nos hace sentir desgraciados? A veces, como sucede en las películas de arte y ensayo, se trata de ganar prestigio social ejerciendo el machismo cultural, es decir, sufrir un vapuleo emocional para diferenciarnos de los burdos ignorantes que, en realidad, van a ver películas para disfrutar sólo de sí mismos. A veces, el precio lo pagamos para satisfacer dos deseos incompatibles: historias con finales felices e historias con finales impredecibles, que preservan la ilusión de un mundo real. Tienen que existir algunas historias en las que el asesino liquide a la heroína en el sótano o nunca sentiríamos el suspense y el alivio en aquellas historias en las cuales logra escapar. El economista Steven Landsburg observaba que los finales felices predominan cuando ningún director está dispuesto a sacrificar la popularidad de su película por el mayor bien que supondría un mayor suspense en las películas en general.

»Pero, entonces, ¿cómo explicar la existencia de obras sentimentaloides que están dirigidas a un mercado de espectadores que disfrutan cuando se les engaña y se les hace sentir pena? El psicólogo Paul Rozin añade a las obras sentimentaloides otros ejemplos de masoquismo como son fumar, patinar, comer pimientos picantes o hacer sauna. El masoquismo benigno, recuerda Rozin, es como el impulso que hace expulsar el techo de la cabina en la prueba que Tom Wolfe hace pasar a los pilotos de aviación: amplía la gama de opciones de vida al poner a prueba, con pequeños incrementos, cuál es el límite que les separa del desastre sin caer de forma irreparable en él. Cierto es que la teoría sería huera si ofreciera una explicación lisa y fácil de todo acto inexplicable y, además, sería falsa si predi- jera que los seres humanos pagarán por sentarse en un asiento que esté tachonado de alfileres. Pero la idea es más sutil. Los masoquistas benignos tienen que confiar en que no padecerán ningún daño grave. Tienen que acelerar el desarrollo del daño o el miedo según unos incrementos medidos. Además, deben tener la oportunidad de controlar y mitigar el daño.


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