viernes, agosto 06, 2021

Canto del caminar - Claudio Rodríguez


...ou le Pays des Vignes?
Rimbaud


Nunca había sabido que mi paso

era distinto sobre tierra roja,

que sonaba más puramente seco

lo mismo que si no llevase un hombre,

de pie, en su dimensión. Por ese ruido

quizá algunos linderos me recuerden.

Por otra cosa no. Cambian las nubes

de forma y se adelantan a su cambio

deslumbrándose en él, como el arroyo

dentro de su fluir; los manantiales

contienen hacia fuera su silencio.

¿Dónde estabas sin mí, bebida mía?

Hasta la hoz pregunta más que siega.

Hasta el grajo maldice más que chilla.

Un concierto de espiga contra espiga

viene con el levante del sol. ¡Cuánto

hueco para morir! ¡Cuánto azul vívido,

cuánto amarillo de era para el roce!

Ni aun hallando sabré: me han trasladado

la visión, piedra a piedra, como a un templo.

¡Qué hora: lanzar el cuerpo hacia lo alto!

Riego activo por dentro y por encima

transparente quietud, en bloques, hecha

con delgadez de música distante

muy en alma subida y sola al raso.

Ya este vuelo del ver es amor tuyo.

Y ya nosotros no ignoramos que una

brizna logra también eternizarse

y espera el sitio, espera el viento, espera

retener todo el pasto en su obra humilde.

Y cómo sufre cualquier luz y cómo

sufre en la claridad de la protesta.

Desde siempre me oyes cuando, libre

con el creciente día, me retiro

al oscuro henchimiento, a mi faena,

como el cardal ante la lluvia al áspero

zumo viscoso de su flor; y es porque

tiene que ser así: yo soy un surco

más, no un camino que desabre el tiempo.

Quiere que sea así quien me aró. -¡Reja

profunda!- Soy culpable. Me lo gritan.

Como un heñir de pan sus voces pasan

al latido, a la sangre, a mi locura

de recordar, de aumentar miedos, a esta

locura de llevar mi canto a cuestas,

gavilla más, gavilla de qué parva.

Que os salven, no. Mirad: la lavandera

de río, que no lava la mañana

por no secarla entre sus manos, porque

la secaría como a ropa blanca,

se salva a su manera. Y los otoños

también. Y cada ser. Y el mar que rige

sobre el páramo. Oh, no sólo el viento

del Norte es como un mar, sino que el chopo

tiembla como las jarcias de un navío.

Ni el redil fabuloso de las tardes

me invade así. Tu amor, a tu amor temo,

nave central de mi dolor, y campo.

Pero ahora estoy lejos, tan lejano

que nadie lloraría si muriese.

Comienzo a comprobar que nuestro reino

tampoco es de este mundo. ¿ Qué montañas

me elevarían? ¿Qué oración me sirve?

Pueblos hay que conocen las estrellas,

acostumbrados a los frutos, casi

tallados a la imagen de sus hombres

que saben de semillas por el tacto.

En ellos, qué ciudad. Urden mil danzas

en torno mío insectos y me llenan

de rumores de establo, ya asumidos

como la hez de un fermentado vino.

Sigo. Pasan los días, luminosos

a ras de tierra, y sobre las colinas

ciegos de altura insoportable, y bellos

igual que un estertor de alondra nueva.

Sigo. Seguir es mi única esperanza.

Seguir oyendo el ruido de mis pasos

con la fruición de un pobre lazarillo.

Pero ahora eres tú y estás en todo.

Si yo muriese harías de mí un surco,

un surco inalterable: ni pedrisca,

ni ese luto del ángel, nieve, ni ese

cierzo con tantos fuegos clandestinos

cambiarían su línea, que interpreta

la estación claramente. ¿ y qué lugares

más sobrios que estos para ir esperando?

¡Es Castilla, sufridlo! En otros tiempos,

cuando se me nombraba como a hijo,

no podía pensar que la de ella

fuera la única voz que me quedase,

la única intimidad bien sosegada

que dejara en mis ojos fe de cepa.

De cepa madre. Y tú, corazón, uva

roja, la más ebria, la que menos

vendimiaron los hombres, ¿cómo ibas

a saber que no estabas en racimo,

que no te sostenía tallo alguno?




-He hablado así tempranamente, ¿y debo

prevenirme del sol del entusiasmo?

Una luz que en el aire es aire apenas

viene desde el crepúsculo y separa

la intensa sombra de los arces blancos

antes de separar dos claridades:

la del día total y la nublada

de luna, confundidas un instante

dentro de un rayo último difuso.

Qué importa marzo coronando almendros.

Y la noche qué importa si aún estamos

buscando un resplandor definitivo.

Oh, la noche que lanza sus estrellas

desde almenas celestes. Ya no hay nada:

cielo y tierra sin más. ¡Seguro blanco,

seguro blanco ofrece el pecho mío!

Oh, la estrella de oculta amanecida

traspasándome al fin, ya más cercana.

Que cuando caiga muera o no, que importa.

Qué importa si ahora estoy en el camino.

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