domingo, abril 01, 2012

Aprovecho la hora del almuerzo...

Cuando la muerte adquiere nombre cambia al común de los que quedamos. Asumir la propia, la posibilidad de irse, varía en dificultad cuando consideramos lo que muere y no con nosotros. La de quienes queremos siempre es repentina, por más que la hayamos pensado: nunca nos despedimos lo suficiente.

Esta semana murieron el papá de un amigo, la mamá de otro y la esposa de uno más. Los que nos encontramos en los velorios platicamos de recuerdos, hijos en diferentes edades (o supuestos, o imaginarios), achaques, de búsquedas del tiempo perdido, de arritmias y operaciones. De que a veces los números no cuadran, de que van dos conocidas que fallecen en tres, cuatro semanas, a los 35, 38 años, de que todos se suelen ir de tres en tres, que si veinte doce y sus posibilidades, de que cúando nos cae el veinte, de que si a los cuarenta... 

Tratar de poner todo en orden. Lo económico es fácil, o más o menos. Y lo espiritual.
Decir. No esperar (tiempo o respuesta). Amar. 
Leer, por ejemplo, a Nicanor Parra:

Aprovecho la hora del almuerzo...
Aprovecho la hora del almuerzo
para hacer un examen de conciencia
¿Cuántos brazos me quedan por abrir?
¿Cuántos pétalos negros por cerrar?
¡A lo mejor soy un sobreviviente!

El receptor de radio me recuerda
mis deberes, las clases, los poemas
con una voz que parece venir
desde lo más profundo del sepulcro.

El corazón no sabe que pensar.

Hago como que miro los espejos
un cliente estornuda a su mujer
otro enciende un cigarro
otro lee Las últimas noticias.

¡Qué podemos hacer, árbol sin hojas,
fuera de dar la última mirada
en dirección del paraíso perdido!

Responde sol oscuro
ilumina un instante

aunque después te apagues para siempre.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario