jueves, marzo 15, 2012

En el patio del Edificio Central de la UASLP

(Tomada de Flickr)
En el patio del Edificio Central de la UASLP hace algunas décadas había bailes y carnaval, música de banda (de las de a devis, las grandes bandas, como la de Pablo Beltrán Ruiz, Luis Arcaraz, la Premier o la Comparsa Estudiantil) mientras a los alumnos recién llegados los desnudaban y los paseaban en las tradicionales novatadas, cuando aún no se hablaba de bullying. Las calles eran seguras y la imaginación era el límite. Se elegía al rey feo (cuentan que cierto rector es el más recordado, por su muy característica cara) y hay historias de todos los colores de lo que pasaba en los pasillos.

Hoy son oficinas pero ahí se daban clases. Y ciertas autoridades temían a los escandalosos y críticos alumnos, pues había grupos aliados a los partidos políticos, digamos que "formaban cuadros". Más antes —aunque mucho más antes era semidesierto en la Gran Guachichila— fue el Instituto Científico y literario y antes, y era un colegio jesuita, Guadalupano y Josefino, ubicado en la plaza de los Fundadores, lugar donde dicen que inició el lugar donde dicen que vivo. Quizá todo sea un sueño, pero mientras no despertemos creamos que ahí se fundó un pueblo. Seres extraños así lo han decretado.

Adentro del Edificio Central todavía hay quienes le van a sobar la brillosa nariz al pobre busto de don Ildefonso Díaz de León para tener suerte en el examen de admisión. O en otros.

Hoy ese patio es la sede de la Feria Nacional del Libro y será tomado por asalto. Dice Eusebio Ruvalcaba que uno no debería invitar a los amigos a las presentaciones para no echarles a perder la tarde, pero de las cinco personas que van por lo menos uno siempre se avienta una disertación igual o más larga que la del presentador, así que tal vez no la pase tan mal.

A veces siento que no encajo en ninguna parte, que sólo me asomo a otras vidas ya hechas, ya en proceso, y que sólo sirvo (a medias) para escribir, y que así están mejor ustedes, así que digamos que una lectura es un encuentro a medias, digamos que no tiene peligro para el que asiste: no le dé de comer al presentador y no hay problema.

Y hay que buscarle el ángulo porque dicen que lo que no se vale es aburrir al lector, al oyente en este caso. Quizá el autor puede tomar para sí algunos mandamientos del decálogo del presentador de libros ajenos de Antonio Ortuño:

3. Al tomar el micrófono es menester titubear y entrar en pánico. El pánico se controla carraspeando al micrófono y diciendo la sílaba “eh”.
4. No debe haberse leído más que superficialmente el libro que se presentará. Leer los libros que se presentan es una inelegancia.
7. Otras posibilidades brillantes: llamar a las doce personas (en adelante, el pueblo) a levantarse en armas contra el supremo gobierno; quejarse del CONACULTA; combinar ambas y llamar al pueblo a levantarse contra el CONACULTA.

Cambiar Conaculta por Secretaría de Cultura, organizar un coro aunque sea desentonado, declarar amor, hacerse el harakiri, quitarse la ropa, leer cuentos y poemas, pintar... Leer. A ver qué se nos ocurre.

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