martes, febrero 12, 2008

...rutas muy peculiares...

"Tiene 16, casi 17 años y no se pone a averiguar cuando juega: se entrega al juego cuando no lo ve nadie; lo mejor del juego: no hay palabras: sólo conductas, actitudes, o el compromiso de llegar a algún sitio en cierto tiempo, o a través de rutas muy peculiares, o como siendo cierto (incierto) personaje, o siendo el gesto o el trayecto de no sabe quién ¿leído o recordado? Gesto, fuerza del hacer gestos. Ahora: cara en alto, no cerrar los ojos al fogonazo del sol: eso, no cerrarlos. Caminar pausadamente. Los brazos despegados. Dedos extendidos, tensos. Palmas hacia el frente. Después se sentó y empezó a comer sacando fruta y pan de la mochila. Luego escribió su nombre en una piedra, con el plumón: Mario Escudero. Luego trazó el contorno de un corazón (“¿por qué los pinta uno así?” No son así, sería una bolsa oscura como coágulo, llena de tubos, con cierta sugerencia de consistencia horrorosa, bolsa potente capaz de succionar y expulsar sangre a toda hora, no que esto” y la imagen vagamente repulsiva del libro de anatomía, en color, venía evocada con el trazo, como la del hombre absolutamente desnudo desollado sin piel, los músculos a la vista, ojos redondos y sin párpados, o el sistema nervioso, o el aparato digestivo, debajo el esqueleto, esa armazón que uno pude palparse a través de la piel, la calavera dentro de la cara) y dentro del corazón puso sus iniciales, ME, después con cierta vacilación las otras, HN, y el corazón empezó a moverse muy perceptiblemente, a succionar y expeler sangre a toda prisa, el corazón oculto, el suyo, mientras el otro falso de trazo convencional permanecía allí a la intemperie, atravesado por una flecha, tatuado de iniciales herméticas, presto a que pronto lluvia y luz de sol lo borren, lo desvanezcan para siempre".

Emilio Carballido, Flor de abismo (fragmento)
(Planeta, 1994)

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