martes, octubre 03, 2006

Punto y seguido


(Cuentos Tipográficos y otras prosas sépticas, Ed. Ponciano Arriaga, 2000)

Dormí bien, con sueños entrecortados como todas las personas de mi inestable condición mental, pero igual me quedé alucinado cuando desperté, como se quedaron alucinadas, débiles mentales o superdotadas, miles de personas en México. De la noche a la mañana se crecieron las ciudades hasta conurbarse todas, de La Paz a Mérida, de Jalisco a Veracruz. Ya no hay límites que valgan, y todos somos mexicanos, federados sin estado. Dejé de ser potosino y mi mujer dejó ser chiapaneca. En una noche las selvas fueron arrasadas y en su lugar quedaron paredes y techos de cemento armado; en lugar de cerros bordeando la carretera aparecieron mercados y supermercados, gasolineras y una que otra cantina, además de las incontables casas vacías en las que podrán vivir nuestros hijos, nuestros nietos y así hasta la décima generación. Los desiertos dejaron su lugar a grandes consorcios privados. En cada nueva cuadra hay un letrero de “No hay límites”, no hay algo que nos diga lo que fuimos o qué onda con los lugares. Queda el recuerdo en papeles, en documentos oficiales que las autoridades han pedido se regresen porque ahora sí se va a hacer, en una sesión especial del Congreso de la Unión, el cambio de nombre de Estados Unidos Mexicanos a simplemente México. Por ahora tenemos nuestros propios problemas. Muchos se están cambiando a las casas nuevas o trasladando sus artículos de venta a los supermercados vacíos. No se sabe si las casas y los mercados y las iglesias que aparecieron por la noche tienen agua, y luz, o qué les falta, pero las casas de cartón quedaron encerradas en muros de concreto. Y los que pueden no saben que hacer con sus créditos para vivienda. Hay que poblar lo que podamos, es la consigna. Se derrumbaron los aeropuertos y dejaron sólo el de lo que fue la ciudad de México. Hay cinco mil líneas más del Metro, y la estación Lacandona está abarrotada por encapuchados. Las rutas de transporte son un caos, y los que salimos de vacaciones a lo que fue otro estado no veremos más la franja de pastizal, desierto o piedras que nos separaba de nuestros lugares de origen. Es más, nadie sabe en qué van a consistir ahora las vacaciones. Todo es una gran ciudad, sin control. No hay espacio entre las vidas y entre los que deberían ser párrafos. Al desaparecer los puntos y aparte desaparecieron nuestros lugares de reposo. Cuando las autoridades decidieron conurbar el territorio nacional no se pusieron de acuerdo sobre cómo demarcar sus áreas de responsabilidad, y ahora ya no hay más policía municipal, ni judicial estatal. Todas las policías son federales, la gente que estaba en los niveles locales de gobierno desapareció como los códigos postales (cualquier carta del extranjero dirá “México”, y nunca llegará a su destinatario). Los repartidores de alimentos están hechos pelotas, y no se diga los misioneros. Ya no se puede hablar de que el área rural está desprotegida, pues hoy estamos todos desprotegidos. No sé cómo acabar este texto porque nada puede detenerlo, pero sé que hay otras formas de decir adios. No hay punto final, ¿o sí lo hay?

1 comentario:

  1. del 2000 y no lo conozco? dónde lo consigo? manda algunos pa los cuates :)

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