Una empleada las separaba por colores a diario, para limpiarlas una por una. Los túneles se llenaban de aventuras, se armaban guerritas y los toboganes y resbaladillas siempre tenían clientela, pues una hora en la alberca de pelotitas de la plaza comercial era diversión garantizada para los niños y una hora de descanso para los papás, que podían ir de compras o quedarse afuera cuidando los zapatos de sus crías y echándoles porras a cada monería.
Hoy están llenándose de polvo.
Igual le sucedió a otras dos albercas de pelotitas. Un local con toboganes y un par de carritos para montar también cerró.
Hoy dejó el local el del ciber a una cuadra de mi casa, donde de vez en cuando iba a imprimir, o a mandar correos cuando falla el internet.
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