domingo, marzo 30, 2014

Octavio Paz en San Luis Potosí

Tomado de Octavio Paz por él mismo (1954-1964):

"Por esos días [1955], justamente cuando mis amigos preparaban el primer número de la Revista Mexicana de Literatura, fui invitado a dar unas conferencias en San Luis Potosí [a uno de los Cursos de Invierno de la Academia Potosina de Ciencias y Artes*] y en Monterrey. Hice el viaje y me impresionó no solamente el vasto desierto sino también la pobreza de la gente del campo. Ese paisaje desolado me produjo tristeza y desesperación. Era la otra cara de la prosperidad de que estaban tan orgullosos los grupos dirigentes del país. A mi regreso escribí "El cántaro roto", comenzando en el tren, que fue publicado en el primer número de la Revista Mexicana de Literatura. Se provocó un pequeño escándalo porque la prensa conservadora me acusó de haber escrito un poema comunista. Hubo muchas y encendidas polémicas. "El cántaro roto", desde un punto de vista poético, literario, acusa no sólo mi tránsito por el surrealismo sino también por la poesía náhuatl.
La mirada interior se despliega y un mundo de vértigo y llama
             nace bajo la frente del que sueña:
soles azules, verdes remolinos, picos de luz que abren astros
           como granadas.
[...]
plumas, súbito florecer de las antorchas, velas, alas,
           invasión de lo blanco,
pájaros de las islas cantando bajo la frente del que sueña
[...]
Pero a mi lado no había nadie.
Sólo el llano: cactus, huizaches, piedras enormes que estallan
            bajo el sol.
No cantaba el grillo,
había un vago olor a cal y semillas quemadas,
las calles del poblado eran arroyos secos
y el aire se habría roto en mil pedazos si alguien hubiese
            gritado: ¿quién vive? 

- - - - - - -
* Ramón Alcorta: “De 1950 a 1955 se impartieron los cursos de invierno organizados por la Academia Potosina de Ciencias y Artes y la Universidad de San Luis, que permitieron vincular a esta universidad con la Universidad Nacional Autónoma de México. Las materias tratadas iban desde las fisicomatemáticas hasta las ciencias jurídicas, filosofía, historia, literatura, artes y ciencias sociales. Entre los maestros que participaron se encontraban Antonio Alatorre, Mariano Azuela, Nabor Carrillo Flores, Antonio Castro Leal, José Gaos, Edmundo O'Gorman, Eduardo García Maynez, Manuel Herrera y Lasso, Joaquín Meade, Efrén del Pozo, Jesús Silva Herzog, Jorge Adalberto Vázquez, Arturo Arnaiz y Freg, Carlos Bosch García, Francisco de la Maza, Henrique González Casanova, Emilio Luis Riera, Octavio Paz, Santiago Ramírez y otros. Algunos de los conferencistas también dieron sus cursos en
Matehuala y Rioverde”.

jueves, marzo 27, 2014

148. Sueño de un curioso - Charles Baudelaire

a F. N.

Conoces, tal mi caso, ese dolor sabroso,
Y de ti haces que digan: «¡Qué ser tan singular!»
-Iba a morir. Y había en mi alma amorosa,
Deseo mezclado a horror, un raro sufrimiento;



Angustia y esperanza, sin humor encontrado.
Mientras más se vaciaba la arena ineluctable,
Más deliciosa y áspera resultó mi tortura;
Se desgajaba mi alma del mundo familiar.

Y era como ese niño, ávido de espectáculos,
Que odia el telón igual que se odia una barrera.
Hasta que, al fin, la fría verdad se desveló:

Sin sentirlo, había muerto, y la terrible aurora
Me circundaba. -¡Cómo! ¿No es más que esto, al fin?
El telón se había alzado y yo aguardaba aún.

lunes, marzo 24, 2014

No representar es morir cien veces... - Albert Camus

«El actor ha elegido, por lo tanto, la gloria innumerable, la que se consagra y se experimenta. El es quien saca la mejor conclusión del hecho de que todo debe morir un día. Un actor triunfa o no triunfa. Un escritor conserva una esperanza aunque sea desconocido. Supone que sus obras atestiguarán lo que fue. El actor nos dejará todo lo más una fotografía, y nada de lo que era él, sus gestos y sus silencios, su corto resuello o su respiración amorosa, llegará hasta nosotros. Para él no ser conocido es no representar, y no representar es morir cien veces con todos los seres que habría animado o resucitado.»

En El mito de Sísifo

domingo, marzo 23, 2014

Máscaras - Santayana

«Sea alegre o triste el semblante que asumamos, al adoptarlo y acentuarlo definimos nuestro humor prevaleciente. De aquí en adelante, mientras continuemos bajo el hechizo de este autoconocimiento, no solo vivimos sino actuamos; componemos y representamos el personaje que hemos elegido, calzamos el coturno de la deliberación, defendemos e idealizamos nuestras pasiones, nos estimulamos elocuentemente a ser lo que somos, devotos o desdeñosos o descuidados o austeros; hablamos a solas (ante una audiencia imaginaria) y nos envolvemos graciosamente en el manto de nuestra parte inalienable. Así vestidos, solicitamos el aplauso y esperamos morir en medio de un silencio universal. Declaramos vivir de acuerdo con los elevados sentimientos que hemos manifestado, así como tratamos de creer en la religión que profesamos. Cuanto mayores las dificultades, mayor es nuestro celo. Por debajo de nuestros principios proclamados y de nuestra palabra empeñada debemos esconder asiduamente todas las desigualdades de nuestro humor y nuestra conducta, y esto sin hipocresía, ya que nuestro carácter elegido es más verdaderamente nuestro que el flujo de nuestros sueños involuntarios. El retrato que pintamos de este modo y exhibimos como nuestra verdadera persona puede estar hecho según el gran estilo, con columnas y cortinados y paisajes distantes y señalando con el dedo un globo terrestre o la filosófica calavera de Yorick; pero si este estilo es innato y nuestro arte vital, cuanto más transmute a su modelo, más profundo y verdadero será el arte. El busto severo de una escultura arcaica, que apenas humaniza el bloque de piedra, será más justa expresión de un espíritu que el aspecto embotado que tiene el hombre por la mañana o sus muecas casuales. Todo aquel que está seguro de su inteligencia, u orgulloso de su cargo, o ansioso por su deber, asume una máscara trágica. Se delega en ella y a ella transfiere casi toda su vanidad. Si bien está vivo y sometido, como todo lo existente, al flujo debilitante de su propia sustancia, ha cristalizado su espíritu en una idea, y más con orgullo que con dolor ha ofrendado su vida en el altar de las musas. El autoconocimiento, como cualquier arte o ciencia, vierte su materia a un nuevo medio, el medio de las ideas, en el cual pierde sus viejas dimensiones y su antiguo lugar. Nuestros hábitos animales son transmutados por la conciencia en lealtades y deberes, y nos volvemos "personas" o máscaras».

Georges Santayana, citado por Erving Goffman

sábado, marzo 22, 2014

Las palabras - Octavio Paz

Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.

jueves, marzo 20, 2014

Biografía de una noche cualquiera - Eduardo Chirinos

Reviens-moi fanlôme de mes nuits,

revois-moi que je me trouve

César Moro


Atravesar un pasadizo a oscuras,
palpar la tibia humedad de sus paredes, su babosa suavidad
de recto laberinto. Hacia el fondo una luz Gritas
pero nadie escucha tu grito. Tiemblas,
pero nadie siente tu temblor. Tienes miedo.
Tú que nunca lo tuviste, ahora tienes miedo.
Has tropezado a ciegas con obstáculos, has encendido inútiles
antorchas, has maldecido y orado y vuelto a maldecir.
Tus dedos se aferran al hilo conductor. Ese hilo
es una larga vena en la que corre tu sangre;
estás atado al punió de partida,
pero algo más fuerte te impide volver.

('¡Ariadna!, tú que ideaste este ardid, dime ahora cómo salgo
de este laberinto, dime
cómo he de palpar estas paredes sin rasgarme las manos,
cómo es que hay un afuera que me atrae como al suicida el
vacío. Ariadna, tú que alimentaste amargamente mis deseos, tú
que me creaste para concebir contigo, dime
qué horrenda verdad se oculta bajo esta ciega luz. qué palabras
moverán las columnas de este palacio derruido, que voz
arrullará mi sueño cuando retorne al sueño.
No dejes, Ariadna, que se corte el hilo que me ata a tu vientre,
no permitas
que el negro dolor se apodere de tu cuerpo y me destruya.')
Ya es de noche.
El viento mueve con furia las copas de los árboles, escuchas
sonidos inútiles y un breve jadeo índica que todo está bien,
no tienes de qué preocuparte.

martes, marzo 18, 2014

Quien me habita - Gabriel Celaya

Car Je «est» un autre.
Rimbaud

¡Qué extraño es verme aquí sentado,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar,
y oír como una lejana catarata que la vida se derrumba,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar!

¡Qué extraño es verme aquí sentado!
¡Qué extraño verme corno una planta que respira,
y sentir en el pecho un pájaro encerrado,
y un denso empuje que se abre paso difícilmente
por mis venas!

¡Qué extraño es verme aquí sentado,
y agarrarme una mano con la otra,
y tocarme, y sonreír, y decir en voz alta
mi propio nombre tan falto de sentido!

¡Oh, qué extraño, qué horriblemente extraño!
La sorpresa hace mudo mi espanto.
Hay un desconocido que me habita
y habla como si no fuera yo mismo.

jueves, marzo 13, 2014

Nombre y coincidencia - Carl Gustav Jung

«Nos encontramos ante una especie de dilema cuando tenemos que decidirnos sobre el fenómeno que Stekel llama la «compulsión del nombre». Lo que quiere decir con esto es que en ocasiones se producen coincidencias bastante grotescas entre el nombre de una persona y sus peculiaridades o profesión. Por ejemplo. Herr Gross (Señor Grande) padece delirio de grandeza. Herr Kleiner (Señor Pequeño) tiene complejo de inferioridad. Las hermanas Altmann se casan con hombres que tienen veinte años más que ellas. Herr Feist (Señor Robusto) es ministro de alimentación, Herr Rosstäuscher (Sr. Negociador astuto) es abogado: Her Kalberer (Sr. Calver —to calve en inglés significa parir la vaca—) es tocólogo. Herr Freud (alegría) defiende el principio del placer, Herr Adler (águila) tiene ansias de poder, Herr Jung (joven) la idea de la reencarnación, y así sucesivamente. ¿Son caprichos del azar o los efectos sugestivos del nombre, como Stekel parece sugerir, o son más bien "coincidencias significativas"? (Die Verpflichtung Des Names. Zeitschrift für Psychotherapie und medizinische Psychologie, Stuttgart, III, 1911, 110 ss.)».

(Nota al pie en Sincronicidad)

miércoles, marzo 12, 2014

Selcuk Demirel



La ilustración del post anterior, como muchas que circulan en Internet (muchas veces sin mencionarlo) y dan cuenta de humor y amor y libros, es de la autoría de Secuk Demirel, un artista que tiene su página a la que pueden entrar haciendo click aquí.

martes, marzo 11, 2014

besolectura

Selcuk Demirel

Ese compartir historias, inventarlas.
Lecturas cruzadas o paralelas.
Mensajes. Teamos.

lunes, marzo 10, 2014

Sincronías

La hora en que no pasa el tiempo, en que ajusto mi horario. Todo es verano contigo, calor y sudor. Sonrisas. Me hermano con Calvino o con Nabokov, con Carroll. Escribimos al mismo tiempo (Calvino, Nabokov, Carroll, tú y yo), en un instante sin sentido, la misma frase, y nos leemos como la primera vez.

No hay pasado. Yo nací el día que te escribí.


La joven lectora, Jean-Honoré Fragonard

sábado, marzo 08, 2014

La inteligencia no tiene sexo

"Sor Juana sabía que la inteligencia no tiene sexo simplemente porque se conocía a si misma.
No le hacían falta ni Christine de Pisan ni Descartes".
Antonio Alatorre

En femenino

No basta hacerla visible, sino hacerla, serla, ser humana y autora, persona que se torna en personaja y en paisaja, poeta que trastoca munda toda hogar. De la tequila a la metáflora. La tequila y la coñác. La amada y la amante, la amor, la sexa y la la orgasma, la sueña y la insomnia, la libro-página-palabra, la lengua y la literatura, la azar y la irrealidad, la miedo (mi miedo), vida: toda.

Sueño que soy la muerte de Orfeo - Adrienne Rich

Camino rápidamente a través de las estrías de luz y sombra
que arroja una arcada

Soy una mujer en la plenitud de la vida, con ciertos poderes
y estos poderes limitados severamente
por autoridades a las que pocas veces veo el rostro.
Soy una mujer en la plenitud de la vida
que conduce a su poeta muerto en un Rolls-Royce negro
por un paisaje de crepúsculo y espinas.
Una mujer con una cierta misión
que la dejará intacta si se obedece al pie de la letra.
Una mujer con los nervios de una pantera
una mujer con contactos entre los Ángeles del Infierno
una mujer que siente la grandeza de sus poderes
cn el preciso momento en que no debe usarlos
una mujer comprometida con la lucidez
que ve, a través de la confusión, los fuegos humeantes
de estas calles subterráneas
a su poeta muerto aprendiendo a caminar hacia atrás, contra el viento,
por el lado equivocado del espejo

Versión de María Soledad Sánchez Gómez

viernes, marzo 07, 2014

Escribir

Quizá debí ser relojero. Aprender cómo encajan los engranes entre sí, ya que así son las palabras. Dar coherencia en el tiempo, hacer que signifiquen tiempo y más, algo que habite el tiempo. Se mide y se oye. Se articula. El ojo importa tanto como el oído. De la prisa del conejo a la poca importancia que le damos al estar junto a, juntos. Tic-tac, tic-tac. No ha pasado ni un minuto desde que empecé a escribir. No se trata de qué es lo que sucede en ese lapso, sino en que debe estar coordinado, exacto, imperturbable en su camino, de manecilla a manecilla, de una a dos. Tic-tac, tic-tac. Ancora, ancla que hace vibrar. Oscilo. Cada uno en su papel, en su ajuste de tiempo. Cómo surge la fuerza de un toque, de una pieza que se va desenredando poco a poco. Tic-tac, tic-tac. Pero al escribir siempre me adelanto, sobran algunos segundos, un minuto extra, no veo la hora. Tic-tac, tic-tac. Palabras como engranes, latidos. Sé que tu nombre es la pieza central, la que da cuerda, pero no sé calcular bien la fuerza que imprime a verbos y adverbios. Qué predicado.

jueves, marzo 06, 2014

La cuádruple forma de la nada - Leopoldo María Panero (1948-2014)

Yo he sabido ver el misterio del verso
que es el misterio de lo que a sí mismo nombra
el anzuelo hecho de la nada
prometido al pez del tiempo
cuya boca sin dientes muestra el origen del poema
en la nada que flota antes de la palabra
y que es distinta a la nada que el poema canta
y también a esa nada en que expira el poema:
tres son pues las formas de la nada
parecidas a cerdos bailando en torno del poema
junto a la casa que el viento ha derrumbado
y ay del que dijo una es la nada
frente a la casa que el viento ha derrumbado:
porque los lobos persiguen el amanecer de las formas
ese amanecer que recuerda a la nada;
triple es la nada y triple es el poema
imaginación escrita y lectura
y páginas que caen alabando a la nada
la nada que no es vacío sino amplitud de palabras
peces shakespearianos que boquean en la playa
esperando allí entre las ruinas del mundo
al señor con yelmo y con espada
al señor sin fruto de la nada.
Testigo es su cadáver aquí donde boquea el poema
de que nada se ha escrito ni se escribió nunca
y ésta es la cuádruple forma de la nada.

miércoles, marzo 05, 2014

«Serán ceniza» - José Ángel Valente

Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.

Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.

Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.

Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.

martes, marzo 04, 2014

Restos del carnaval - Clarice Lispector

No, no del último carnaval. Pero éste, no sé por qué, me transportó a mi infancia y a los miércoles de ceniza en las calles muertas donde revoloteaban despojos de serpentinas y confeti. Una que otra beata, con la cabeza cubierta por un velo, iba a la iglesia, atravesando la calle tan extremadamente vacía que sigue al carnaval. Hasta que llegase el próximo año. Y cuando se acercaba la fiesta, ¿cómo explicar la agitación íntima que me invadía? Como si al fin el mundo, de retoño que era, se abriese en gran rosa escarlata. Como si las calles y las plazas de Recife explicasen al fin para qué las habían construido. Como si voces humanas cantasen finalmente la capacidad de placer que se mantenía secreta en mí. El carnaval era mío, mío.

En la realidad, sin embargo, yo poco participaba. Nunca había ido a un baile infantil, nunca me habían disfrazado. En compensación me dejaban quedar hasta las once de la noche en la puerta, al pie de la escalera del departamento de dos pisos, donde vivíamos, mirando ávidamente cómo se divertían los demás. Dos cosas preciosas conseguía yo entonces, y las economizaba con avaricia para que me durasen los tres días: un atomizador de perfume, y una bolsa de confeti. Ah, se está poniendo difícil escribir. Porque siento cómo se me va a ensombrecer el corazón al constatar que, aun incorporándome tan poco a la alegría, tan sedienta estaba yo que en un abrir y cerrar de ojos me transformaba en una niña feliz.

¿Y las máscaras? Tenía miedo, pero era un miedo vital y necesario porque coincidía con la sospecha más profunda de que también el rostro humano era una especie de máscara. Si un enmascarado hablaba conmigo en la puerta al pie de la escalera, de pronto yo entraba en contacto indispensable con mi mundo interior, que no estaba hecho sólo de duendes y príncipes encantados, sino de personas con su propio misterio. Hasta el susto que me daban los enmascarados era, pues, esencial para mí.

No me disfrazaban: en medio de las preocupaciones por la enfermedad de mi madre, a nadie en la casa se le pasaba por la cabeza el carnaval de la pequeña. Pero yo le pedía a una de mis hermanas que me rizara esos cabellos lacios que tanto disgusto me causaban, y al menos durante tres días al año podía jactarme de tener cabellos rizados. En esos tres días, además, mi hermana complacía mi intenso sueño de ser muchacha —yo apenas podía con las ganas de salir de una infancia vulnerable— y me pintaba la boca con pintalabios muy fuerte pasándome el colorete también por las mejillas. Entonces me sentía bonita y femenina, escapaba de la niñez.

Pero hubo un carnaval diferente a los otros. Tan milagroso que yo no lograba creer que me fuese dado tanto; yo, que ya había aprendido a pedir poco. Ocurrió que la madre de una amiga mía había resuelto disfrazar a la hija, y en el figurín el nombre del disfraz era Rosa. Por lo tanto, había comprado hojas y hojas de papel crepé de color rosa, con las cuales, supongo, pretendía imitar los pétalos de una flor. Boquiabierta, yo veía cómo el disfraz iba cobrando forma y creándose poco a poco. Aunque el papel crepé no se pareciese ni de lejos a los pétalos, yo pensaba seriamente que era uno de los disfraces más bonitos que había visto jamás.

Fue entonces cuando, por simple casualidad, sucedió lo inesperado: sobró papel crepé, y mucho. Y la mamá de mi amiga —respondiendo tal vez a mi muda llamada, a mi muda envidia desesperada, o por pura bondad, ya que sobraba papel— decidió hacer para mí también un disfraz de rosa con el material sobrante. Aquel carnaval, pues, yo iba a conseguir por primera vez en la vida lo que siempre había querido: iba a ser otra aunque no yo misma.

Ya los preparativos me atontaban de felicidad. Nunca me había sentido tan ocupada: minuciosamente calculábamos todo con mi amiga, debajo del disfraz nos pondríamos un fondo de manera que, si llovía y el disfraz llegaba a derretirse, por lo menos quedaríamos vestidas hasta cierto punto. (Ante la sola idea de que una lluvia repentina nos dejase, con nuestros pudores femeninos de ocho años, con el fondo en plena calle, nos moríamos de vergüenza; pero no: ¡Dios iba a ayudarnos! ¡No llovería!) En cuanto a que mi disfraz sólo existiera gracias a las sobras de otro, tragué con algún dolor mi orgullo, que siempre había sido feroz, y acepté humildemente lo que el destino me daba de limosna.

¿Pero por qué justamente aquel carnaval, el único de disfraz, tuvo que ser melancólico? El domingo me pusieron los tubos en el pelo por la mañana temprano para que en la tarde los rizos estuvieran firmes. Pero tal era la ansiedad que los minutos no pasaban. ¡Al fin, al fin! Dieron las tres de la tarde: con cuidado, para no rasgar el papel, me vestí de rosa.

Muchas cosas peores que me pasaron ya las he perdonado. Ésta, sin embargo, no puedo entenderla ni siquiera hoy: ¿es irracional el juego de dados de un destino? Es despiadado. Cuando ya estaba vestida de papel crepé todo armado, todavía con los tubos puestos y sin pintalabios ni colorete, de pronto la salud de mi madre empeoró mucho, en casa se produjo un alboroto repentino y me mandaron en seguida a comprar una medicina a la farmacia. Yo fui corriendo vestida de rosa —pero el rostro no llevaba aún la máscara de muchacha que debía cubrir la expuesta vida infantil—, fui corriendo, corriendo, perpleja, atónita, ente serpentinas, confeti y gritos de carnaval. La alegría de los otros me sorprendía.

Cuando horas después en casa se calmó la atmósfera, mi hermana me pintó y me peinó. Pero algo había muerto en mí. Y, como en las historias que había leído, donde las hadas encantaban y desencantaban a las personas, a mí me habían desencantado: ya no era una rosa, había vuelto a ser una simple niña. Bajé la calle; de pie allí no era ya una flor sino un pensativo payaso de labios encarnados. A veces, en mi hambre de sentir el éxtasis, empezaba a ponerme alegre, pero con remordimiento me acordaba del grave estado de mi madre y volvía a morirme.

Sólo horas después llegó la salvación. Y si me apresuré a aferrarme a ella fue por lo mucho que necesitaba salvarme. Un chico de doce años, que para mí ya era un muchacho, ese chico muy guapo se paró frente a mí y con una mezcla de cariño, grosería, broma y sensualidad me cubrió el pelo, ya lacio, de confeti: por un instante permanecimos enfrentados, sonriendo, sin hablar. Y entonces yo, mujercita de ocho años, consideré durante el resto de la noche que al fin alguien me había reconocido; era, sí, una rosa.

sábado, marzo 01, 2014