martes, febrero 09, 2016

Máscaras y plumas

Alexandro Roque

Este fin de semana desempolvé mi máscara blanca y deambulé por la avenida Marquês de Sapucaí, por la Primeiro de Março y la avenida Antonio Carlos. Tras varias horas de vuelo pude escapar del invierno rumbo al infierno tan querido, a esas calles donde estas noches, a contratiempo de lo que dicen los esquemas de la comunicación, el ruido es el mensaje.

"Sólo el mineral no danza", escribió Murilo Mendes.

Hace años que no caminaba por ahí, perdido en la multitud, desde que en hombros de mi abuelo veía a los blocos y quería ser parte de ellos. Mocedades... ¿hay otro nombre para una escuela de baile? Y todo mundo ríe en la amnesia colectiva, enmascarado adrede, sin fingir. "Ah, ¿Roque santeiro?", se burlaron algunos cuando me presentaba ante ellos. Ellos se presentaron como Orfeo, como Giacomo, pero no me burlé. Seguramente lo eran. Si ahí a tanta gente le salen alas, ¿por qué no iban a serlo? Es uno de los pocos lugares donde ni la edad ni el sexo, ni el género ni el número, parecen importar.

Virgilio no apareció, anduve solo entre la multitud buscando la rosa de Hiroshima. Fui a saludar a Ledo Ivo pero él no tenía tiempo de quedarse. Entre el jet lag y las caipirinhas todo el viaje fue mareo. No hizo falta que me subiera a un carro: yo mismo soy una alegoría, ya habrá tiempo para una procesión en silencio.


Viajé de regreso toda la noche, leyendo a Lancastre (y compañía): "Interpretar un personaje, Hacerte pasar por lo que no eres. Fingir. El irónico y taimado festival. La gran fiesta de la astucia y de la mascarada. Algún día lo comprenderás". Viajé cansado, recostado en el único recuerdo que me traje: una almohada rellena de plumas de colores, plumas de carnaval. Quién sabe cuántas criaturas puedan vivir en ella.

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