viernes, junio 28, 2013

Corazón de mierda - Gonzalo Lizardo

"Esta novela se basa en hechos reales. Cierto: se modificaron algunos nombres, se omitieron algunos personajes, ya no existen los escenarios ni los expedientes, y no sobreviven testigos presenciales de los hechos aquí narrados. Tales simulaciones, hurtos y tramoyas no se proponen restarle crédito a la Historia, sino agregárselo a la Escritura".

La foto de un difuntito, close up al rostro, medio de ladito, así, en blanco y negro, nos da fe de que así fue, de que se trata de un personaje que ni muerto perdió el estilo, dice ahí. La historia de Ricardo Olmedo Ríos es contada entre risas y cervezas por su escudero el Candingas, muchos años después. En la tradición del pícaro que viene desde el Lazarillo de Tormes o el Periquillo Sarniento, y en la vertiente de La Onda (maunque se quejen los onderos, ni como quitarse el apodo) que reza sexo, droga y rock and roll (pero no sólo eso, sino las metamorfosis de quienes habitan la ciudad y sus nocturnidades, sus injusticias), el narrador va de su niñez al aparente rescate del profe Olmedo, galán y jefe de una banda de desvalijadores de autos, de su caída en el tambo, ni más ni menos que en el Palacio Negro, a su redención aparente tras la muerte de "Ricardo Corazón de Perro".

Pilar, bailarina y burra, se atraviesa en los propósitos realistas del Candingas: "no existe poder que someta a nuestro pinche corazón de atole", y ante ella se convierte en "corazón de leche derramada" aunque ella tiene "corazón de motel". La capirucha, el barrrio, la violencia y la soledad de Lecumberri se retratan bien en la prosa de Lizardo, ágil y llena de ecos de Armando Jiménez o José Agustín.

"Haz corazón de tripas", pero no se puede. El narrador se ufana de que se le pegan todas las palabrejas que oye y así combina el caló de la ciudad de México con algunas expresiones poéticas. Huye de su mamá y de sus parejas golpeadoras, para llegar al afamado apando con compañías como el reverendo Smith y el pintor David, a quien da consejos de pintura "aunque la historia, como la mujer, se haga tanto del rogar". Prosa sabrosa, personajes de carne y hueso y algo que les atora en el pescuezo. Destaca el Morocho, veracruzano de hablar desordenado que desaparece y aparece casi a voluntad, en escenarios "de mis pesadillas y mis corazonadas".

Alguna página en blanco, alguna otra en negro, ecos de Nido de ratas o de Los olvidados, donde James Dean o Tin-tán se aparecen de repente pa hacer más llevadera la jodidez de las calles o de la bartolina. Picardía revitalizada. "Digo, yo nada más digo", dijo otro.

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