lunes, septiembre 20, 2010

recuerdos

No, aquí no vive nadie más que yo. Casi toda mi familia fue asesinada, y los que escaparon a la matanza se han ido a buscar un mejor lugar donde vivir. Yo me quedé por inercia, para ver morirse la tierra que tanto quiero. Es como si ya me hubiera muerto. Poco me acuerdo de cómo empezó todo. Odio, desprecio, incomodidad, las cosas se juntaban gratis. Lo único que sé es que toda mi vida la pasé como apestado y no me imagino cómo es que llegué a viejo.


No. Mi hermana no era coqueta, no la mataron por eso, ¿verdad? Era muy chiquillo cuando ella se salió a dar la vuelta por la huerta de don Isauro y nunca regresó. Mi mamá dijo que se fue con el novio, pero luego la encontramos en medio del solar de Pasitos, con tres fogonazos en el vientre. Mi mamá lloró como una magdalena y maldijo a los asesinos, a esos que nomás porque uno es diferente se creen con derecho de matar familias enteras.

Fue en ese apenas cuando me di cuenta de que había algo en mi familia que no le gustaba a la mayoría de los villajuarenses. Nomás nos veían y se daban la vuelta, o de plano nos gritaban de cosas. Si nos descuidábamos, llegaban con escopetas, pistolas y hasta con resorteras. Casi ni me acuerdo de cómo es la plaza, a la que no voy desde que estaba chiquito y mi mamá me llevaba cargando; algo viene a mi mente de los mosaicos de dos colores y un busto dorado siempre lleno de tijerillas.

De niño siempre me iba con mis hermanos a comer naranjas, mandarinas, granadas y guayabas a los jardines de los vecinos, para correr y colgarnos de los árboles entre risas, hasta que don Fermín nos disparó a mansalva. Mi hermano recibió un rozón en una oreja, pero todos nos escapamos del señor enojado. Nuestra mamá nos prohibió acercarnos otra vez a la casa aquella.

Después vino lo del asesinato de mi hermana y nos pegó fuerte la sicosis. No me entraba en la cabeza que pudieramos haber cometido un crimen tan grande como para que todos nos odiaran. A veces hasta por sonreírles nos miraban feo. Por eso ya ni salgo de mi casa y me contento con verlos pasar de lejos, ya sin gritarles mi desprecio.

Cuando mataron a mi papá fue el acabóse. No por que fuera mi jefe, pero era un viejo a todo dar, con sus pelos canos y mirada sabia. Siempre tenía tiempo para atender a sus cinco hijos y cada noche nos daba la bendición a la hora de ir a dormir. Salió por comida como todas las mañanas, y lo acribillaron a pedradas mero al lado de la parroquia, y dicen que hasta el padre participó en el asesinato.

Se supone que un padre es bueno, pero mató a mi papá. No lo entiendo, porque mi jefecito siempre fue bueno con sus hijos y amoroso con su esposa. Fue la época más difícil de nuestra vida, y mis hermanos acabaron por irse a esconder en las rancherías. Hago memoria y nomás no hallo razón. Pasa el tiempo y a veces me acuerdo de lo que me dijo mi mamá después de que murió mi papá.

—Oye, ¿por qué nos persiguen como si fuéramos malos? ¿Qué les hicimos?, ¿de verdad somos malos?

—Cállate —respondió llorando. —Hay cosas que un tlacoache nunca podrá entender.

3 comentarios:

  1. Duros recuerdos, yo debo ser tlacoache, tampoco lo puedo entender.
    Un abrazo.

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  2. Muy bueno...

    Hay cosas que un tlacoache nunca podrá entender.

    De una u otra forma todos somos tlacoaches.

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  3. esos fragmentos de la memoria que uno nunca logra entender..

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